Dar satisfacción a los nacionalistas para que se sientan cómodos en España. En estas doce palabras se resume lo que ha sido la equivocada y errática pauta de conducta de los diferentes gobiernos de la Nación desde la transición política. Pasados treinta y siete años desde la aprobación de la Constitución, el balance no puede ser más desolador: en Cataluña, el desafío independentista está en su punto culminante; en el País Vasco, el PNV, con elecciones autonómicas el año que viene y con la presión de Bildu, se encuentran a la espera de lo que pase en Cataluña y en Navarra el proceso de integración en la Comunidad Autónoma Vasca es cuestión de tiempo, una vez que los partidarios de esa integración han llegado al gobierno de la Comunidad Foral. Y veremos lo que pasa en Galicia, Baleares o Comunidad Valenciana si la cosa se anima.
Los nacionalistas son insaciables: cuanto más se les da, es decir, cuanto más cede el Estado, más piden y más quieren. Nunca se conforman con lo que tienen. Son insolidarios, egoístas y desleales. ¿Cuesta tanto entender que los nacionalistas no quieren formar parte de ese proyecto común que se llama España, y que si han aguantado dentro desde la Transición ha sido por un puro cálculo político?
Por eso, tras recordar estas verdades de Perogrullo, se entiende muy mal que una y otra vez los llamados partidos nacionales caigan en el error de ofrecer a los nacionalistas, en estos últimos tiempos a los catalanes, una reforma de la Constitución; para buscar, dicen, en este último caso, un encaje mejor de Cataluña en España.
Que ese ofrecimiento lo haga el PSOE no es de extrañar. Salvo en momentos muy determinados, y con excepción de dirigentes que se cuentan con los dedos de una mano, los socialistas nunca han tenido claro qué quieren hacer con España. Del federalismo a secas se pasó a adjetivarlo al asimétrico, tontearon con el derecho a decidir y ahora están en la tercera vía. Todo ese recorrido lo han hecho sin explicar, porque es muy difícil hacerlo, qué es lo que quiere un partido que teóricamente tendría que defender la E de España que lleva en sus siglas y la igualdad de todos los españoles, independientemente del lugar en el que han nacido o en el que viven.
Pero que a ese juego de la reforma constitucional para dar satisfacción a los nacionalistas entre el actual PP sólo se puede entender dentro de la falta de criterio y de liderazgo político que caracteriza al partido presidido por Rajoy. No se puede un día decir que la reforma constitucional es algo que no figurará en su programa electoral y al día siguiente, nada más y nada menos que el ministro de Asuntos Exteriores, hablar de esa posible reforma para que buscar un mejor encaje de Cataluña en España.
Aunque casi es peor la explicación que se da desde Moncloa y desde la calle Génova para justificar esa declaración del lenguaraz y frívolo García Margallo: "Es una margallada" y "Es una opinión personal", se dice. No es la primera vez, y me temo que no será la última, que el ministro de Asuntos Exteriores habla sobre Cataluña en términos profundamente equivocados. Y en cuanto a lo de la “opinión personal”, tengo para mí que no es así, que Margallo dice eso porque sabe que a su jefe y amigo Mariano le viene bien; de esa manera presentan dos caras en Cataluña: la más dura, encarnada por García Albiol, y una más condescendiente, que está dispuesta a sentarse a hablar y a sumarse al proceso de la segunda transición, que impulsarán sin duda el PSOE, Podemos y los nacionalistas de todo signo, formen o no gobierno después de las elecciones generales de diciembre.
A todo esto, los nacionalistas/independentistas se parten de risa ante el espectáculo dado por los partidos denominados constitucionalistas en su carrera para ver quién les apacigua más y mejor. Los nacionalistas son unos expertos en oler y detectar la debilidad política del contrario, y cuando lo hacen son implacables. Abusan y tiran de la cuerda sin importarles que se rompa. Eso es lo que todavía no han aprendido los partidos nacionales de nuestra historia reciente. Parece mentira.
Repito, que eso lo haga el PSOE no es de extrañar, pero que el PP caiga en esa profunda equivocación es como para llegar a la conclusión de que el partido de Rajoy se tiene bien merecido el calvario que va a pasar si el próximo día 27 los de Juntos por el Sí y la CUP tienen mayoría de escaños en el Parlamento de Cataluña. Y después en las generales, donde muchos de sus votantes se podrán plantear esta pregunta: ¿vamos a votar a un partido que, aunque no lleve en su programa la reforma constitucional, todo apunta a que se sentará en la mesa a negociarla al día siguiente de las elecciones con la izquierda y con los nacionalistas? Para eso, que gobiernen directamente estos, pueden pensar algunos de los votantes populares. Y no les faltará razón.