En el demoledor diagnóstico que ha hecho este pasado domingo en ABC sobre la situación de su partido y de lo que debería hacer éste si quiere estar en condiciones de ganar las elecciones generales de dentro de unos meses, a Aznar sólo le ha faltado explicitar lo siguiente: lo que digo y propongo –una rectificación enérgica, creíble y suficiente– es metafísicamente imposible mientras Rajoy siga al frente del Gobierno y del PP. Se entiende y se comprende que el que sigue siendo presidente de honor de los populares no haya querido llegar a tanto, entre otros motivos porque fue quien le nombró su sucesor en el verano de 2003; pero de que lo piensa, y así lo ha manifestado en privado, no me cabe ninguna duda. Hace mucho tiempo que Aznar está desencantado con Rajoy, y es de suponer que en su fuero interno habrá lamentado muchas veces la decisión que en su día tomó.
Los retoques que ha hecho Rajoy en la cúpula de su partido –han pasado sólo diez días de los mismos y el efecto de los nuevos vicesecretarios generales ya se ha diluido– y el cambio de Wert por Méndez de Vigo, un democristiano amigo de García Margallo, al frente de la cartera de Educación habrán reafirmado a Aznar en esa idea de que con Rajoy no hay nada que hacer: sólo esperar a que después de las elecciones generales los resultados en las urnas le manden a su casa, junto con todos los que durante estos años han convertido al PP en un partido irreconocible para una parte muy importante de su electorado. Eso sí, el coste que habrá que pagar por ello será muy elevado en términos de retroceso social y de inestabilidad institucional.
Como Aznar bien recuerda en su entrevista, las encuestas dan al PP una intención de voto similar a la que tenía la AP de Fraga en la década de los 80. Para los más desmemoriados, valga este recordatorio: en las elecciones generales de 1982 UCD pasó de 168 diputados a 11, mientras que AP obtuvo 107 (26,36%). En las siguientes generales, en 1986, AP sacó 105 diputados (25,97%), y tres años más tarde no pasó de 107 (25,79%). Tras un sonoro fracaso en las autonómicas vascas, el entonces líder de la derecha decidió dar un paso atrás y encargar a Aznar la refundación del partido. Esta se llevó a cabo en el Congreso de Sevilla en abril de 1990 y el PP no ganó las elecciones generales hasta 1996, y por un escaso margen de 300.000 votos a un PSOE al que le salían los casos de corrupción por los cuatro costados.
Es decir, desde que una opción de centroderecha como la UCD se desmoronó, en 1982, transcurrieron ocho años hasta que se refundó ese espacio político y catorce hasta que volvió al Gobierno de España. Si en noviembre de este año el PP pierde el poder, habrá que poner en marcha un proceso similar al descrito anteriormente; con una diferencia sustancial: el relevo en el Gobierno no será el PSOE de 1982, liderado por Felipe González, con los Guerra, Boyer, Solchaga, Almunia y compañía, sino un frente PSOE-Podemos que tendrá la ayuda, si fuera necesario, de lo que quede de IU y de los nacionalistas de ERC, BNG, Compromís; incluso de PNV y CIU y, por qué no, de la correspondiente marca de ETA presente en las instituciones, gracias a que Rajoy no ha hecho nada por evitarlo.
Ante este sombrío panorama, es lógico que quien fuera artífice de la refundación del centroderecha y presidiera brillantemente el Gobierno de España durante ocho años quiera transmitir la honda y grave preocupación que tiene por la deriva de su partido y por la situación política en nuestro país. Y que lo haga con argumentos y reflexiones que con toda seguridad serán compartidos por muchos de esos votantes que se han alejado del PP en las últimas citas con las urnas, así como por muchos que han seguido votando esas siglas, aunque para ello hayan tenido que taparse la nariz.
El problema es que el PP orgánico está muerto. Rajoy va sólo a lo suyo y a intentar no pasar a la historia como el presidente del Gobierno que teniendo un mayor poder político que nadie antes había tenido lo dilapidó en el tiempo récord de cuatro años. Los que rodean al soldado Rajoy también están pensando sólo en lo suyo: Soraya, valorando si tiene alguna posibilidad de ser la sucesora; Cospedal, intentando que la vicepresidenta no le asesine por la espalda; Arenas, después de treinta y siete años en política, enseñando los trucos de ésta a quienes podrían ser sus nietos; Nuñez Feijóo, esperando mejores tiempos en su Galicia natal, y los diputados de a pie, portándose bien porque llega la hora de hacer las listas y los puestos de salida en cada provincia van a estar muy solicitados, ya que las encuestas aventuran que el PP puede perder entre 40 y 50 escaños de los 186 de que disfruta ahora.
Por eso las reflexiones de Aznar están llamadas más a tener un efecto reconfortante entre los votantes desencantados del PP que a conseguir que Rajoy se caiga a estas alturas del caballo. Ya es demasiado tarde para eso. Mientras tanto, asistiremos el próximo domingo a un nuevo encuentro en el campus de verano de FAES entre los dos protagonistas de esta historia. Quedará por saber si Aznar será invitado a hablar en la convención que el PP celebrará al fin de semana siguiente o si los actuales dirigentes del partido se ahorrarán ese engorroso trámite. Por si acaso no es invitado, conviene recordar las dos preguntas que formuló el presidente de honor de los populares la última vez que habló ante dirigentes y cargos públicos: ¿dónde está el PP?, ¿quiere el PP ganar las próximas elecciones generales? Eso sucedió en enero. Seis meses más tarde, el propio Aznar ya las ha contestado en su entrevista en ABC, en la que dijo más cosas y se calló algunas otras.