
El pasado jueves tuve la oportunidad de presentar y moderar una charla-coloquio con Rosa Díez en la Universidad Villanueva, dentro de un foro, Diálogos Villanueva, que pretende ser un lugar de encuentro en el ámbito universitario, donde se debata y se reflexione en libertad sobre las cuestiones que afectan a los ciudadanos en esta segunda década del siglo XXI.
Durante treinta minutos de exposición y en el coloquio posterior, Rosa Díez hizo un diagnóstico absolutamente certero de la situación actual de España y de los motivos por los que hemos llegado hasta aquí. Para los que la conocemos desde hace bastantes años; para los que la escuchamos todos los viernes en su espacio "Organizando la Resistencia" en Es La Mañana de Federico, nada de lo que dijo supuso una sorpresa, porque si algo tiene Rosa es que es coherente y dice lo que piensa, en público o en privado, en la radio o en un foro universitario.
Dicho lo cual, lo primero que pensé al acabar la charla-coloquio es cómo es posible que el actual PSOE, sus dirigentes, esté en los antípodas de lo que piensan y defienden personas como Rosa Díez, que militó durante treinta años en ese partido –antes en la UGT–; que se forjó en la vida y en la política en el País Vasco en los años en que ETA mataba a los cargos públicos de UCD, AP, PP, UPN y PSE por defender la libertad, la democracia y la Constitución. Hoy, y esto es lo terrible, para la actual dirección del PSOE, el bueno es Arnaldo Otegi y la apestada es Rosa Díez.
Dijo la fundadora y expresidenta de UPyD: "España está en el momento más delicado de su historia democrática, porque ahora quienes quieren destruir el sistema democrático del 78 gobiernan España"; y alertó de un peligro real que se está produciendo:
Es una situación inédita y muy peligrosa, porque la ciudadanía no tiene percepción del peligro, no es consciente de lo que está ocurriendo y por eso no reacciona.
Es evidente que la pandemia, los confinamientos, las restricciones de movilidad han contribuido al aletargamiento de la ciudadanía. De alguna manera es comprensible. La gente lo ha pasado muy mal, en lo personal y en lo laboral, ha habido mucho sufrimiento y, en ese tipo de circunstancias, lo que prima es el instinto de supervivencia, así que se aparcan o dejan al margen otras cuestiones que en una situación de normalidad hubieran producido una gran reacción social.
El problema es que el Gobierno no ha tenido empacho en aprovechar esa situación de hibernación de la sociedad para seguir con su agenda y con su proyecto de destruir el régimen constitucional del 78, para indultar a los golpistas catalanes, pactar con los herederos políticos de ETA o impulsar leyes que afectan a cuestiones básicas, como la Ley de Educación, o tocan cuestiones morales que dividen a la sociedad, como puede ser el caso de la eutanasia. A Sánchez no le importa lo de dividir a la sociedad, es más, lo busca con ahínco y tesón, es en eso un buen discípulo de Zapatero, que, como bien señaló Díez en la charla-coloquio, es con quien empezó todo lo que ahora estamos viviendo.
Otra reflexión muy interesante que hizo Díez fue el papel que debe desempeñar la Universidad:
El conocimiento es la base para la acción. Hay que espolear a los universitarios que pueden conseguir el cambio. En la Universidad se formó a la gente que construyó la democracia. Las instituciones no se defienden solas. Esto hay que enseñarlo y, a partir de ahí, la gente podrá reaccionar.
No se si tiene demasiada confianza Díez en el poder transformador de las Aulas Magnas, pero no cabe duda de que la formación que reciban los jóvenes de hoy será básica para preparar a quienes estén llamados a liderar el país en unos pocos años.
En el coloquio pregunté a Díez si veía masa crítica en el PSOE capaz de hacer frente a la deriva a la que el tándem Zapatero-Sánchez ha conducido a un partido que ha desempeñado un papel relevante en la vida política de España. Su respuesta fue tan inmediata como tajante: "Los muertos no tienen masa crítica". Y eso lo dice quien conoce perfectamente esa casa, en la que estuvo treinta años.