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La lógica del proceso

"Todo empezó con Zapatero", me comentaba hace unos días José María Múgica, socialista de corazón, aunque ya no de carnet

"Todo empezó con Zapatero", me comentaba hace unos días José María Múgica, socialista de corazón, aunque ya no de carnet, porque la foto de la secretaria general del PSE, Idoia Mendía, brindando con Otegi en una cena organizada por El Diario Vasco de San Sebastián en la última Navidad le acabó de expulsar del partido en el que había militado tantos años, siguiendo la estela de su padre, Fernando Múgica Herzog, asesinado por ETA en febrero de 1996.

Y tiene toda la razón José María Múgica. Cuando Zapatero llegó al poder, en marzo de 2004, tras el atentado terrorista de los trenes de Atocha, puso en marcha un proceso de negociación política con ETA letal para el sistema democrático. Pero no fue fruto de un arrebato o de una locura momentánea del entonces líder del PSOE, no; todo obedecía a un plan que tenía varios objetivos, empezando por el de expulsar, aislar a la derecha después de que el PP gobernara España con bastante solvencia desde 1996. En segundo lugar, Zapatero buscaba llevar a cabo una segunda Transición, para lo que era imprescindible normalizar a ETA permitiendo que volviera a las Instituciones –a tal fin, contó con la inestimable ayuda del entonces presidente del Tribunal Constitucional, Pascual Sala– y pactar con Artur Mas un nuevo estatuto de autonomía para Cataluña que desbordaba claramente la Constitución.

En esa tarea, Zapatero fue el instrumento que manejaron personajes socialistas mucho más listos que él, como Felipe González o el difunto Alfredo Pérez Rubalcaba, o poderes fácticos fácilmente reconocibles como el Grupo Prisa, con Juan Luis Cebrián a la cabeza. Con ese proceso, Zapatero hizo un gran daño a España, que su sucesor en la Moncloa, Mariano Rajoy, hizo muy poco, por no decir nada, por reparar.

Y ahora, mejor dicho, desde la moción de censura que sacó adelante hace un año gracias al apoyo de los independentistas y de los amigos de ETA, Pedro Sánchez ha tomado el relevo en ese proceso letal para España. Por eso, en la lógica de los hechos está pensar que al final llegará a un acuerdo con Podemos y sacará adelante su investidura. Sánchez tiene un proyecto político consistente en un Gobierno de Frente Popular, que es perfectamente compatible con su afán de permanecer en el poder. Y en su intervención en la tarde de este lunes, contestando a Pablo Iglesias, ya dejó muy claro que está dispuesto a correr el riesgo de hacer un Gobierno de coalición con Podemos o, si no se ponen de acuerdo en el reparto de carteras ministeriales, buscar otro tipo de pactos parlamentarios con la formación morada. Pero también buscará el acuerdo con los independentistas catalanes y con el PNV; lo más repugnante es que el apoyo de los amigos de ETA, los de Bildu, ya lo tiene, a tenor de lo dicho hace unos días por Otegui: que el Gobierno más deseable para Bildu sería uno conformado por el PSOE y Podemos.

Si al final se forma un Gobierno frentepopulista, independentista, nacionalista, el proceso iniciado por Zapatero tendrá su continuación con Sánchez. Serán tiempos complicados para la España que conocemos actualmente, la que nació con la Constitución del 78.

Frente a esto hay un espacio de centro-derecha fragmentado, donde el PP da la impresión de haber superado su momento más crítico –en el que lo dejó Rajoy–; donde Ciudadanos –sobre todo su líder, Albert Rivera– todavía no ha asimilado el hecho de que no ha conseguido dar el sorpasso al PP, y donde VOX está sufriendo una brutal estigmatización por parte de la izquierda política y mediática; pero también está acusando el ser un partido joven, poco maduro políticamente hablando, lo que se ha notado especialmente en su estrategia para la negociación de Gobiernos tras las elecciones autonómicas y municipales. Un panorama, el del bloque de centro-derecha, un tanto desalentador, si se piensa lo que sería necesario a día de hoy para plantar cara al frente de Sánchez.

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