Hace tiempo, una persona que ocupó un cargo importante en los Gobiernos de Aznar –aclaro que no fue nunca ministro– le dijo a un amigo común lo siguiente: "El PP ha quedado reducido a un detritus burocrático mal organizado". La definición de detritus que recoge el diccionario de la lengua de la Real Academia Española es la siguiente: "Residuo de la descomposición de una masa sólida en partículas". ¿Puede hacerse, con una sola palabra, una descripción más exacta de en qué se ha convertido el PP en los últimos años?
El partido que refundó Aznar en el Congreso de Sevilla de 1990 y que gobernó con bastante solvencia España durante ocho años, 1996-2004, se encuentra sumido en un proceso de descomposición por mor del desgaste natural del ejercicio del poder, pero sobre todo por su renuncia a ejercer el liderazgo ante la sociedad defendiendo unos valores y unos principios que fueron los que le hicieron ser el único referente del centro-derecha durante bastantes años.
Ahora el PP es eso, un "detritus" sometido a la inacción de una persona, Mariano Rajoy, que es todo menos lo que se entiende por un líder político. Pero los suyos, a fuer de haber renunciado desde hace mucho a cualquier ejercicio de autocrítica, de democracia interna, de debate ideológico, se agarran ahora a la tabla de salvación de un dirigente que cada vez da más síntomas de agotamiento, de falta de ideas, de incapacidad para conectar con amplias capas de la sociedad, empezando desde luego por las más jóvenes.
La actitud mantenida por los casi 500 cargos del PP que el pasado día 14 asistieron a la Junta Directiva Nacional celebrada en la calle Génova lo dice todo. Después del batacazo sufrido en las elecciones catalanas del 21-D, agravado para ellos por el triunfo de Ciudadanos; después de haberse demostrado un grave error una convocatoria tan precipitada de esas elecciones autonómicas; después de haber quedado en evidencia el total fracaso de la denominada operación Diálogo, capitaneada por la vicetodo Soraya Sáenz de Santamaría, resulta que en el máximo órgano del partido entre Congreso y Congreso, y tras escuchar un discurso absolutamente autocomplaciente del presidente del Gobierno y del partido, nadie, absolutamente nadie de los presentes pide la palabra para al menos preguntar algo. ¿Cómo se puede llamar eso? ¿Borreguismo?, ¿sumisión total al jefe?, ¿miedo a que, parafraseando a Guerra, el que se mueva no salga en la foto?, ¿temor a que a uno lo dejen fuera de las listas electorales?
El hecho es que al batacazo en Cataluña, unido a la posición irrelevante del partido en el País Vasco y en Navarra –tres comunidades fundamentales a la hora de hablar de la cohesión nacional–, se añade lo que hasta un ciego puede ver: que, a ojos de un importante núcleo de electores, un partido como Ciudadanos encarna mucho mejor que el PP la defensa de la Nación, la igualdad ante la ley o la lucha contra la corrupción. ¿Cuál ha sido la reacción del PP tras conocerse las encuestas en que el partido de Rivera ya está por delante en intención de voto? Arremeter contra Ciudadanos por tierra, mar y aire. Desde culparles de que el PP tuviera tan pocos votos y escaños en Cataluña, hasta tildarles de oportunistas, aficionados, desleales, por no hablar del portavoz del Gobierno y ministro de Educación, Íñigo Méndez de Vigo, que, demostrando muy poco respeto al cargo que ocupa, se ha referido a Ciudadanos en las últimas ruedas de prensa del Consejo de Ministros como el partido "Ce Ese".
Los actuales dirigentes del PP, con Rajoy a la cabeza, son los únicos culpables de haber conducido a su partido a esta situación. Unos por acción, otros por omisión. Es lo que tiene el culto a un líder que no es tal y la renuncia a las ideas y principios: al final, efectivamente, te conviertes en un "detritus burocrático mal organizado". La cuestión es que la situación de crisis nacional requiere algo más; y, sobre todo, los españoles se merecen mucho más.