Ya se sabe que a los actos de partido suelen acudir dos tipos de público: los que tienen que dejarse ver ante los jefes para hacer méritos y seguir en el machito y los muy incondicionales que no tienen otra cosa mejor que hacer un sábado por la mañana que ir a escuchar la perorata del dirigente de turno.
Esa ambientación de los mítines y actos de partido es lo que lleva en muchas ocasiones al empobrecimiento de los argumentos que el orador principal utiliza en su intervención, porque, diga lo que diga, va a ser aplaudido y aclamado por la fiel militancia. Todo sea por el corte de 30 segundos en el telediario.
Eso es lo que le sucedió el pasado sábado al presidente del Gobierno en Valencia, en el primer acto electoral que celebró tras haber confirmado que las elecciones generales tendrán lugar casi al mismo tiempo que los niños de San Ildefonso estén cantando el Gordo y el resto de premios del sorteo de Navidad y la mayoría de los españoles estén ultimando los preparativos de las fiestas navideñas o viajando para reunirse con familiares o amigos.
A falta de argumentos de mayor enjundia, y tras los sucesivos batacazos que el PP se ha ido dando en las elecciones europeas, andaluzas, autonómicas, municipales y catalanes, Rajoy no tuvo otra ocurrencia que apelar al "amateurismo" de los líderes de Ciudadanos para recomendar que no se votara al partido de Rivera y sí a los "profesionales" del PP. Lo peor es que lo dijo en Valencia, la capital de la comunidad de la profesional corrupción de su partido . Y se quedó tan ancho.
Rajoy y el coro de pelotas y aduladores que le rodean tanto en Moncloa como en Génova no acaban de hacer el diagnóstico correcto de lo que le está pasando al PP: no acaban de aceptar la desafección que se ha producido en una buena parte de su electorado, por causas múltiples, pero que todas suman para que a día de hoy las expectativas electorales del partido de la gaviota ronden, en el mejor de los casos, el 30% de intención de voto, lo que supondría, como mucho, entre 130-140 escaños. Es decir, que con esos resultados el PP tendría casi imposible formar Gobierno tras las elecciones del 20-D. Y el profesional Rajoy cosecharía el triste récord de haber perdido en sólo cuatro años el Gobierno de España que le dieron casi once millones de conciudadanos en el 2011.
Rajoy y su entorno no son conscientes de que el electorado está hasta el gorro de esos políticos profesionales del PP que incumplen sus promesas electorales; que traicionan los principios y valores por los que en otro tiempo esa formación política fue un referente para muchos ciudadanos; que relativizan hasta límites insoportables conceptos y cuestiones tan importantes como el derecho a la vida, la familia, la unidad de España, la igualdad de todos los españoles ante la ley independientemente del lugar donde vivan, la independencia de la justicia, la defensa, con hechos, de los héroes de nuestro tiempo, que no son otros que las víctimas del terrorismo.
No sé realmente si Rajoy es consciente de ser una persona con un punto de altivez y de soberbia que le convierte en un ser poco simpático, que conecta muy poco con el ciudadano de a pie, por mucho que últimamente se esfuerce por tomar cafés y hacerse selfies con la gente.
No sé si el profesional Rajoy es consciente de que, si se analiza su trayectoria política, tampoco es como para tirar cohetes. Después de su etapa en la política gallega, su paso por cuatro ministerios en los Gobiernos de Aznar –Administraciones Públicas, Educación, Interior y Presidencia– no es recordado ni por una mala palabra ni por una buena acción. No dejó ninguna huella; su acción política fue inodora, incolora e insípida. Es decir, igual que ha sido desde que está en la Moncloa, donde llegó tras perder dos elecciones, en 2004 y en 2008, con el político más nefasto de la historia reciente y no tan reciente de España. Y su victoria en el 2011, aunque él, interesado, crea que fue por sus propios méritos, se produjo ante el hartazgo de los españoles hacia Zapatero y el abismo al que nos había llevado el político pucelano recriado en León.
Por todas las razones anteriores, y algunas más, Rajoy debería tener más cuidado con los argumentos que utiliza para pedir el voto, ya que, hoy por hoy, tengo para mí que muchos ciudadanos –como ha quedado demostrado hace nueve días en Cataluña– prefieren las virtudes y también los defectos del amateur Rivera y sus gentes que la carga pesada y antigua que representan el profesional Rajoy y los suyos.