Hacía tiempo que un partido político legal, con sus estatutos registrados y aprobados por el Ministerio del Interior, no sufría tantas descalificaciones de grueso calibre de la izquierda y la progresía político-mediática. Desde el petardazo que dio hace dos semanas en las elecciones andaluzas, cuando obtuvo 12 escaños gracias a los 400.000 electores que le votaron, a VOX le han llamado de todo: partido fascista, de extrema derecha, antidemocrático, anticonstitucional, antisistema, racista, misógino, etc. Tengo la impresión de que cada insulto supone un buen puñado de votos para la formación presidida por Santiago Abascal.
Es evidente que VOX molesta, y mucho, a esa izquierda que ve cómo su irrupción va a poner patas arriba el tablero político y electoral, como ya ha sucedido en Andalucía. Lo lógico es que, de aquí a mayo, las expectativas electorales de VOX se vayan consolidando –las encuestas publicadas este lunes así lo indican–, de tal manera que será absolutamente decisivo para la conformación de Gobiernos de centro-derecha en ayuntamientos importantes y comunidades donde ahora gobierna el PSOE con el apoyo de Podemos. También hará un buen papel en las elecciones al Parlamento Europeo: sólo con los 400.000 votos que consiguió en Andalucía el pasado día 2 tendría ya asegurados dos escaños en Bruselas; añádanse los votos que coseche en otras partes del país y se verá que el número de eurodiputados de VOX será importante.
VOX también molesta a los otros dos partidos que conforman el centro-derecha: el PP y Ciudadanos. Afortunadamente, los de Casado han modulado el mensaje crítico hacia VOX que hace unas semanas mantenían algunos miembros de su dirección. Al final, en el PP saben que tendrán que entenderse con el partido de Abascal en muchos lugares, y también saben que una buena parte, aunque no toda, de los votantes de VOX procede de sus filas. Unos antiguos votantes populares que, aunque reconocen que Casado no es Rajoy, quedaron tan desencantados con los años de este al frente del Gobierno y del partido que todavía no encuentran suficientes motivos para volver y, sobre todo, se encuentran muy identificados con VOX en cuestiones importantes como la unidad de España, lo que habría que hacer en Cataluña para frenar el desafío independentista, el mal funcionamiento del Estado de las Autonomías y la defensa de la familia y del derecho a la vida del no nacido.
En lo que se refiere a Ciudadanos, VOX molesta porque su irrupción parte en tres el espacio del centro-derecha y, en definitiva, quita cotas de poder al partido de Rivera. Pero ese es el juego de la democracia, y, sobre todo, se pone en evidencia que el voto no es propiedad de ningún partido. A Ciudadanos le pasa lo mismo que al PP: le incomoda entenderse con VOX, pero al final lo tendrá que hacer, porque la deriva en la que se ha embarcado el PSOE imposibilita hoy por hoy contar con este partido a la hora de construir una opción de gobierno basada en la defensa de los valores constitucionales. El PSOE de Sánchez ha apostado claramente por el frente popular-populista-independentista y de ahí solo le apeará un batacazo en las urnas. Andalucía ha sido una primera estación, pero no será la última.
Y, por último, VOX molesta a todo ese conglomerado político-mediático que no tiene ningún reparo en que un partido como Bildu, una de las marcas de ETA, esté en las instituciones pero que brama contra la formación donde milita Ortega Lara, secuestrado durante 532 días por la banda terrorista, y que preside Santiago Abascal, objetivo, junto a su familia, de ETA durante muchos años.
Sencillamente, es una vergüenza y una inmoralidad esa doble vara de medir de algunos políticos, medios de comunicación y columnistas o tertulianos.