Hace dos años por estas mismas fechas publiqué un artículo en LD que titulé "137 son 137". Acababan de celebrarse elecciones generales y el PP había sacado ese número de diputados. Decía en dicho artículo que no estaba muy seguro de que Rajoy fuera consciente de su precariedad parlamentaria y de la dificultad que iba a tener, no sólo para sacar adelante su investidura, sino sobre todo para gobernar, dado que con esos escaños estaba muy alejado, exactamente a 49 diputados, de la mayoría absoluta. Lo primero lo solventó gracias al apoyo de Ciudadanos y a la abstención del PSOE; y lo segundo acabó como acabó, con una moción de censura el pasado mes de junio que le echó de la Moncloa y le mandó a ocupar su plaza de registrador de la propiedad.
Si hace dos años ponía el acento en esa situación de debilidad parlamentaria del PP, qué decir a día de hoy de la del PSOE, que sólo tiene 84 diputados de un total de 350. Quiero pensar que a Pedro Sánchez no le habrá afectado todavía ese virus que suele afectar a los que llegan al poder y que les hace perder el sentido de la realidad. Sánchez ganó la moción de censura no por su persona o por sus políticas, sino porque a los que le apoyaron les unía una sola cosa: echar al PP, y más concretamente a Rajoy, del poder. A partir de ahí, no había nada más, salvo –pero ni mucho menos es poco– pasarle factura al nuevo presidente por el apoyo recibido. Y eso es lo que ya han empezado a hacer, de forma muy especial, los partidos independentistas catalanes.
He dicho en más de una ocasión que los nacionalistas son unos expertos en oler y detectar la debilidad del contrario. Y nunca el Gobierno de España o esa entidad superior que es el Estado han dado tantas muestras de debilidad a la hora de afrontar el desafío secesionista en el que siguen incursos los Puigdemont y Torra de turno. Sólo así se explica que un prófugo de la Justicia que intentó dar un golpe de Estado desde la institución que presidía, la Generalidad, se atreva a decir con toda la chulería del mundo al presidente del Gobierno de España: "Su tiempo de gracia se está acabando".
El problema no es lo que digan o hagan Puigdemont o su secretario, como acertadamente describió Inés Arrimadas a Quim Torra. La cuestión es lo que dice o hace el Gobierno de España. Si Rajoy fue absolutamente timorato en la aplicación del 155, Sánchez ha creído que su sola presencia en la Moncloa, su discurso del diálogo para rebajar la tensión; que recibir a Torra y acercar a Cataluña a los políticos presos; que todo eso, en fin, iba a servir para encauzar una cuestión que no tiene solución, porque la otra parte lo que quiere, y sigue sin ocultarlo, es la ruptura con España y la instauración de la República de Cataluña.
La tremenda debilidad parlamentaria de Pedro Sánchez no ayuda para nada a la hora de tener la mínima estabilidad institucional necesaria para gobernar. El pasado viernes sufrió su mayor revés desde que llegó a la Presidencia: no se aprobó el techo de gasto y la senda del déficit que su Ejecutivo había propuesto. Para elegir a alguien que mande en RTVE, ha necesitado siete votaciones parlamentarias. Y, además, en el Senado quien tiene mayoría absoluta no es el PSOE, sino el PP.
Con este panorama, lo más sensato sería que Sánchez hiciera uso de su prerrogativa constitucional y convocara elecciones generales a la vuelta del verano. No es nada bueno que el Gobierno de España sea rehén de los independentistas. Las encuestas publicadas estos días no le dan mal al PSOE, como tampoco al PP, que, como era de prever, empieza a remontar con la llegada de Pablo Casado. Permita Sánchez que los españoles hablen en las urnas y no se empeñe en prolongar una situación que en muy poco tiempo adquirirá la categoría de agónica.
Con 84 diputados no se puede ir a ninguna parte, salvo que quieras estar al albur de lo que decida un prófugo de la Justicia instalado en Waterloo.