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Cayetano González

11-M: el fracaso de una nación

Un país que pasa página del mayor ataque terrorista cometido en su suelo, que no quiere averiguar todo lo que pasó, es un país herido de muerte.

La conmemoración anual de los brutales atentados terroristas del 11 de marzo del 2004, que costaron la vida a 192 personas y heridas a otras 2.000, se ha convertido en un triste y lamentable espectáculo en el que participan todo tipo de especímenes: dirigentes políticos, sindicales, ciertos medios de comunicación e incluso, también, algunas de las propias víctimas del atentado.

En un día donde lo prioritario debería ser colocar en el centro de la memoria y del recuerdo a las víctimas, sin embargo para algunos la noticia se convierte en el hecho de que en tal o cual acto han estado tales o cuales políticos. Un auténtico bochorno.

Este año, la novedad la aportó el presidente del Gobierno en funciones, que, debido quizás a que tiene la agenda muy poco ocupada, como él mismo confesó, decidió asistir por primera vez al acto institucional de homenaje que tiene lugar en la Puerta del Sol. En el de la estación de Atocha no estuvo Rajoy, pero si Sánchez e Iglesias; y en el Bosque del Recuerdo Cospedal, pero no tal o cual dirigente. Y así sucesivamente.

Viendo esas imágenes, no pude sino volver a sentir una sana envidia del ejemplo que nos dieron a todos las autoridades francesas y la propia sociedad gala tras los ataques terroristas que se produjeron en París el pasado mes de noviembre. Los espectadores que salían del campo de fútbol de Saint Denis cantando La Marsellesa cuando ya se sabía parte de lo que había ocurrido o el cierre de filas en torno al presidente Hollande de todos los partidos políticos en la Asamblea Nacional, con todos los diputados puestos en pie y cantando el himno de su país, es algo impensable, hoy por hoy, en España.

El atentado del 11-M no solamente consiguió cambiar el rumbo de nuestra historia reciente, sino que logró fracturar muy seriamente el poco o mucho orgullo de pertenencia a una nación que podíamos tener los españoles, y que se había ido forjando en los últimos años en el dolor y en la tristeza causados por los crímenes de ETA. Cuando el asesinato a cámara lenta de Miguel Ángel Blanco, millones de españoles salieron a la calle para gritar un alto y claro "Basta ya", o "Vascos sí, ETA no". Esos españoles estaban con el Gobierno legítimo de la Nación, que no cedió ante el chantaje terrorista. Con el 11-M la gente volvió a salir a la calle, pero en este caso para insultar al Gobierno, que, más allá de una muy torpe gestión de la crisis que se vivió en esas horas, no era obviamente el culpable de aquella masacre.

Después, el afán del PSOE y del PP, de muchos medios de comunicación por pasar rápidamente página de aquellos hechos y un juicio que no resolvió la incógnita principal, quiénes fueron los autores intelectuales de aquel ataque terrorista, hicieron todo lo demás. Así se ha llegado a la situación que se repite cada año: se hace como que se recuerda a las víctimas, pero sólo durante unas horas. El resto del tiempo, las víctimas están solas, muy solas. Una soledad que no sólo se circunscribe al ámbito personal, sino que se extiende sobre todo al derecho que tienen, ellas en primer lugar pero también todos los ciudadanos, a saber la verdad de lo que pasó aquel fatídico 11 de marzo de 2004.

Un país que no sabe honrar a sus muertos, que pasa página del mayor ataque terrorista cometido en su suelo, que no quiere averiguar todo lo que pasó, es un país herido de muerte. Y en esa situación, los políticos y las instituciones de turno podrían ahorrarnos a todos, especialmente a las víctimas, los numeritos con los que nos obsequian cada año, que además desprenden un tufillo que echa para atrás.

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