Ha querido la casualidad que, tras un retraso de dos horas –que, por cierto, define a la perfección la falta de respeto que Pedro Sánchez tiene por los ciudadanos e incluso por sí mismo–, el presidente del Gobierno saliera a dar el plasmazo que se ha marcado este martes sobre los indultos y su intervención durara cuatro minutos y treintaitrés segundos, segundo arriba, segundo abajo.
Ha sido tan corto que a todas aquellas acémilas del periodismo servil que se ponían esparadrapo en la boca cuando Rajoy nos obsequiaba con su propia plamasidad no les habrá dado tiempo ni de pegarse la primera tira. Pero, además de breve, el discurso –por llamarlo de alguna manera– de Sánchez ha coincidido con una famosa pieza musical –una de las más conocidas y controvertidas del siglo XX–, titulada, precisamente, 4'33’’.
Muchos de ustedes la conocerán, pero por si acaso se lo explico porque tiene cierta miga: 4'33" es una composición de John Cage que puede ser interpretada por un solista o un grupo de músicos da igual con qué instrumentos. Para tocarla, los artistas cogen sus instrumentos, se sientan en la posición en la que cada uno de ellos toque y guardan silencio durante cuatro minutos y treintaitrés segundos, divididos en tres movimientos.
Seguro que ya ven el parecido, que es doble: por un lado, en sus cuatro minutos y medio Sánchez no ha dicho nada inteligente, el discursito ha sido una versión condensada de las mamarrachadas que había soltado la víspera en el Liceo de Barcelona, vacío total, silencio intelectual. Por el otro, la verdad es que para decir eso mejor que se hubiese quedado calladito y mirando fijamente a la cámara, preocupándose sólo de dar buena imagen a través del plasma.
Los que saben del tema dicen que la pieza musical de Cage es una reflexión sobre los límites de la creación artística y una forma de destacar y reivindicar la importancia del silencio en la música. Ambas cosas me parecen interesantes, aunque el formato elegido para llevarlas a cabo fuese, como fue buena parte del arte del siglo pasado, voluntariamente provocador y rupturista.
La pieza política de Sánchez, por el contrario, tiene sólo una lectura: un intento patético de justificar lo injustificable. Pero sí me llaman un poco la atención las pocas ganas con las que lo ha hecho: se ve que el presidente gastó toda su energía frente a sus invitados barceloneses este lunes y para los periodistas y españoles de a pie ha estimado que era suficiente con una faena de aliño, una ristra de obviedades soltada mirando fijamente a la cámara, dos horas después de lo anunciado y sin reporteros que puedan hacer una pregunta y tumbar todo el castillo de naipes.
Con los sermones de casi una hora que nos sacudía el tío durante lo peor de la pandemia, y la decisión por la que será recordada su presidencia se la despacha en cuatro minutos y medio de puro trámite, en los que ha logrado lo que parecía imposible: interpretar mal el 4'33" de Cage.