El gobierno municipal de progreso que tenemos la suerte de disfrutar en Madrid está empezando a ofrecer a la ciudadanía concienciada sus primeros frutos y éxitos de importancia.
No, por supuesto que no me refiero a nimias reclamaciones pequeñoburguesas como que las calles dejen de parecer un vertedero, o ese insolidario disparate que es querer pagar menos impuestos. Los verdaderos logros, los auténticos hallazgos están llegando en otros campos.
Algunos pensarán que los madrileños votaron a Manuela Carmena porque los niños tenían hambre, cosa que rápidamente se demostró falsa y que probablemente no engañó a nadie. Otros quizá crean que lo que movió a un voto masivo por la exjueza –ligeramente menos masivo que el movido por Aguirre, justo es decirlo– fue las ansias por acabar con los desahucios, pero todos sabemos que lo que un ayuntamiento puede hacer por al respecto es poco tirando a nada.
Pero ya, por fin, sabemos que lo que preocupaba a los madrileños era, amén de esas intolerables calles franquistas –que era pasar por Hermanos García Noblejas y te entraban ganas de invadir Polonia–, la discriminación a la que eran sometidas las mujeres en la noche de Reyes, una noche presuntamente mágica pero en la que la falocracia fascista de los mercados campaba a sus anchas. Porque, ¿qué impide a una mujer ser rey mago si no es esa concepción retrógrada de que lo lógico es que los personajes masculinos sean interpretados por hombres y los femeninos por mujeres?
Incluso en el caso de que esto tenga cierta lógica, yo personalmente no lo veo así: ¿qué es el sentido común al lado de las ilusiones de una mujer que lleva toda su vida aspirando a ser rey mago? Todos sabemos que desde niñas las españolas ya no quieren ser princesas, como cantaba Sabina, sino los Reyes Magos.
Es más, creo que, en pro de la igualdad, esta idea debe trasladarse a otros ámbitos, porque también habrá hombres barrigones y peludos que quieran ser animadoras, ancianas que ansíen ser gimnastas, señoras bajitas cuya felicidad dependa de poder jugar como pívots en la NBA o tipos altos y torpes que quieran interpretar los papeles estelares del El lago de los cisnes.
¿Quiénes somos nosotros, en suma, para interponer la barrera de la realidad entre la gente y su felicidad? Gracias, Manuela. Ahora a por los unicornios.