Lo admito: me equivoqué. Escribí hace unas semanas en estas mismas páginas sobre el pseudoreferéndum que planeaba Mas y que finalmente se desarrolló este pasado domingo. Me parecía entonces que la cosa era más bien chusca y digna de ser tomada a risa y, aunque cada vez uno es más partidario de reírse, visto que sólo nos queda la risa o el llanto, no estaba en lo cierto.
He cambiado de opinión porque el domingo me di cuenta de algo que ya sabía que estaba ahí, pero que había olvidado: la importancia que en la política, y especialmente en la política nacionalista, tiene lo simbólico.
Sí, la votación –o el show, si lo prefieren– que ha montado Mas no tiene ninguna validez jurídica, no tendrá ninguna consecuencia legal en el sentido que buscan los separatistas, pero sí ha tenido un impacto tremendo.
Por otro lado, por muy ridículo que pareciese el empeño de Mas y su referéndum sin censo ni organización ni nada, lo cierto es que Mariano Rajoy le ha dado un inmenso valor: ha permitido que el propio Mas, Junqueras y toda la sociedad catalana comprueben que es posible saltarse la ley y que no va a pasar nada, que pueden echar un pulso al estado y ganarlo, que tienen, en definitiva, carta blanca para hacer lo que les venga en gana y que los atropellos que cometan les serán rentables políticamente y no tendrán consecuencias legales.
Habría sido discutible, desde luego, pero Rajoy podría haber dejado pasar el nou nou sin presentar un recurso al Constitucional, seguir la teoría de que la farsa no merecía ninguna atención y dejar pasar el fatídico domingo. Pero lo que no puedes hacer es pedir que te declaren que algo es un delito y, después, permitir que el delito se cometa tranquilamente.
Rajoy, la mayor parte de los analistas de Madrit y yo mismo hace unas semanas hemos minusvalorado la importancia que un acto como el del domingo tiene en el imaginario político nacionalista, que es básicamente sentimental. La lógica legal e incluso las cifras pasan a un segundo o un tercer plano respecto a la sensación de triunfo, ante el éxito por haber logrado aquello a lo que el centralismo opresor se oponía.
Yo también pensé que el 9-N sería una castaña, pero Rajoy se ha encargado de convertirlo en un éxito rotundo. Ha sido como si un portero dejase pasar el balón porque la falta se la había inventado el árbitro: gol por toda la escuadra… y el nacionalismo ganando por goleada.