Tras un viaje de varios días en trenes de ganado, sin comida y normalmente sin apenas agua, se llegaba a los campos de la muerte. Las grandes puertas correderas se abrían y, entre gritos, ladridos y golpes, los judíos eran obligados a bajar. En el mismo andén se realizaba la segunda selección, pues la primera se había hecho en los propios vagones, en los que siempre quedaban los cadáveres de los que no habían soportado el traslado.
En el andén, como digo, los más fuertes, una exigua minoría, eran destinados a trabajar; el resto entraba en un circuito en el que, con una rapidez inusitada, se les arrebatan las escasas pertenencias que hubiesen podido llevar hasta allí, se les afeitaba la cabeza, se les asesinaba por cientos en las cámaras de gas y se les incineraba.
Es decir, que aquellos que no habían superado la selección eran ceniza, literalmente, sólo unas horas después de llegar a los campos de exterminio. A los que sí pasaban el corte la muerte tampoco les daba mucha tregua: normalmente les esperaba sólo unas semanas o, como mucho, unos meses después.
Así era el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, donde se usaron las cámaras de gas con Zyklon B que se habían ensayado con anterioridad para acabar con miles de deficientes en la propia Alemania. Era una versión evolucionada y algo más eficaz que la de Treblinka, donde en las cámaras se usó principalmente gas proveniente de motores de tanque.
A su vez, Treblinka era una evolución del método puesto en práctica en Chelmno: allí los judíos –y también los gitanos, como en Auschwitz– eran cargados en traseras de camiones, a las que se desviaba el humo del motor del propio vehículo: morían asfixiados mientras el camión daba unas vueltas por el bosque.
Puede que el de Chelmno les parezca un método primitivo, pero también fue la superación de uno anterior: el de los Einsatzgruppen ("grupos de operaciones" en alemán) que seguían al Ejército nazi en su invasión de Polonia y la URSS e iban aldea por aldea matando a los judíos. Yo mismo conocí a un hombre que me contó cómo, con 13 años, fue el único superviviente de una familia de 32 miembros víctima de esos grupos de operaciones. Le salvó la vida el haber ido a hacer un recado en bicicleta.
En cualquier caso, no se confundan: los métodos serían un tanto primarios, pero eso no los convertía en poco efectivos. Según los cálculos más conservadores, un millón de judíos fueron asesinados por los Einsatzgruppen, y unos 300.000 fueron masacrados en Chelmno. Otras fuentes elevan las cifras 1.500.000 y 400.000, respectivamente.
Así fue, eso fue, el nazismo.
La Guerra Civil y el franquismo
En la España de la Guerra Civil y el franquismo no hubo cámaras de gas, ni campos de exterminio –sí de concentración durante la contienda y en los primeros años del régimen– ni Einsatzgruppen, aunque sí podemos encontrar una matanza que bien podría pasar por parte de su obra: Paracuellos. Ya es casualidad.
En España hubo un enfrentamiento entre dos bandos –no voy a entrar ahora en calificar a unos y otros– y, como derivado de éste, se mató a civiles en uno y otro lado, con saña salvaje en muchos casos, pero nunca de la forma sistemática y brutal con la que lo hizo el nazismo.
Después, ya en la España franquista, hubo juicios sumarísimos que se cobraron la vida de miles de personas, muchas de ellas culpables de graves delitos y supongo que algunas otras no. Juicios que seguramente no tuvieron las garantías que hoy exigimos –al menos los que no formamos parte de cierta jauría– a un proceso penal, pero desde luego mucho mejores que los que el estalinismo asestaba a sus millones de víctimas antes de pasarlos por el Gulag y, por supuesto, que los que nunca tuvieron los propios judíos asesinados en Auschwitz, Chelmno o en sus aldeas de Polonia, Ucrania o Lituania. Como tampoco tuvieron derecho a ningún tipo de juicio los millones a los que se mató de hambre durante Holodomor, ya que hemos mencionado a la URSS de Stalin.
También hubo presos políticos y trabajos forzados, en unas condiciones sin duda duras, pero que habrían sido literalmente paradisíacas para los esclavos del Gulag o los campos nazis. Y en algunos casos, como por ejemplo en el Valle de los Caídos, del que tanto se está hablando, reduciendo pena hasta tres días por día trabajado.
Todo esto no debe llamarnos a error: el franquismo fue una dictadura y como tal fue repugnante. Fue también una oportunidad perdida, algo que, en el peor de los casos, debió haber acabado mucho antes, una página oscura de nuestra historia que, más allá de su suicidio final, no le hizo demasiado bien a España –sobre todo, no le hizo el bien que le habrían hecho otras cosas–, pero cuyo mal estuvo muy lejos del horror que significaron para Europa y otras partes del mundo el paso de la cruz gamada y de la hoz y el martillo.
Por eso, comparar el franquismo con los crímenes de Hitler no sólo es un insulto a los seis millones de judíos y el medio millón de gitanos asesinados por los nazis; es una vileza propia de canallas que saben que mienten, de gentuza a la que no le importa banalizar los peores crímenes de la Historia para sacar un titular o un tuit.
Una villanía propia de políticos de bajísima estofa que mienten por sistema y están dispuestos a lo que sea con tal de dividir a la sociedad y generar odio; que son capaces de echar el cierre a una de las mejores páginas de nuestra historia: la de un país dividido en dos mitades irreconciliables que pasaron de matarse a abrazarse, como Germán y José, los protagonistas del vídeo que ha indignado tanto al podemismo. ¿Puede haber un gesto más grandioso?
Y todo para tener una pequeña oportunidad de llegar al poder y convertirnos en otro fracaso bolivariano.