Miren, les voy a decir la verdad: yo siento una simpatía especial por el pueblo judío y, si me apuran, aún más especial por Israel, un país que me fascina desde que lo conocí, ya hace casi catorce años, y en el que me he sentido como en mi casa cada vez que he viajado allí, que ya han sido unas pocas.
Mi relación con Israel y su gente es ya de orden sentimental, lo confieso, y no tengo por qué ocultarlo, porque incluso desde mi punto de vista, que reconozco subjetivo, soy capaz de comprender que el conflicto entre los israelíes y sus vecinos –o incluso ciudadanos– palestinos es una cuestión compleja, en la que yo tengo mis preferencias y opiniones, sí, pero que no se puede limitar a dos brochazos maniqueos sobre el bien y el mal.
Lamentablemente, eso es exactamente lo que hacen buena parte de mis colegas en los medios de comunicación: reducir el tema al máximo de simpleza posible, sacarlo de cualquier contexto real, eliminar todos los grises y limitarse a aseverar unas convicciones previas y, si es preciso, que además suele serlo, borrar todo aquello que no cuadre con esas convicciones.
Palestino bueno, haga lo que haga, judío malo, le hagan lo que le hagan, es el único mensaje que se encuentra en muchos medios, un mensaje completamente desligado de una realidad que es, obviamente, infinitamente más complicada y que pasa por entender que hay gente buena y mala en todos los lados, pero que quizá los incentivos son muy diferentes en uno y en otro.
La simplificación llega al punto de todo un colectivo es juzgado por lo que hace un Gobierno: los judíos –¡incluso los no israelíes!– son culpables de las acciones de Israel en una muestra descarada de antisemitismo que ha llegado a tener rango legal en muchos ayuntamientos de España, si bien afortunadamente la Justicia está tumbando casi todos los decretos de BDS.
En este caldo de cultivo crecen la respuesta y el tratamiento informativo que encontramos en una parte importante de la prensa y las redes sociales cuando, por las razones que sea, la situación se pone más tensa en Israel y, por desgracia, se entra de nuevo en el ciclo de disturbios, bombardeos terroristas, represalias y muerte.
Lo peor, no obstante, no es la narrativa plana y tosca que claramente elimina cualquier posibilidad de matiz, lo peor es la forma en la que la realidad misma se deforma para que encaje en esos márgenes tan obtusos: ocultando los datos o dando por buenos sin más los de una organización terrorista, cortando un vídeo en el momento oportuno, cambiando el orden de los hechos en un titular, mintiendo cuando es necesario…
Y eso es, al fin, lo que marca la diferencia: yo, que como les digo siento un cariño especial por Israel, no estoy dispuesto a mentir. Seguro que alguna vez me equivoco, pero ni mentiré a sabiendas ni les diré que todos los judíos son buenos y todos los palestinos malos. ¿Y saben por qué? Pues porque para hacer algo así no te mueven el cariño o la afinidad, a eso sólo te empuja el odio.