En cualquier país civilizado, que un partido de centro-derecha pacte un Gobierno con otro más conservador no sólo es lo normal, sino que es lo lógico. Si en lugar de en otra aburrida democracia europea estamos en el país en el que socialistas y comunistas tratan de arrebatarnos las libertades básicas a las órdenes de varios arribistas sin moral ni escrúpulos y aliados con separatistas y terroristas, ya no es cuestión de lógica o conveniencia, es que es una obligación.
Sin embargo, aquí todo el mundo anda dándole vueltas a si el PP debe pactar con Vox y si eso le hará mucho o poco daño. Vamos a empezar por ahí: no le hará ninguno o, en cualquier caso, le hará mucho menos que entregar parcelas de poder a aquellos que tienen pactos de gobierno o acuerdos de investidura y legislatura con los que empuñaban pistolas hace cuatro días y siguen recibiendo como héroes a los asesinos, con los que quieren acabar con la Monarquía, la Constitución y la democracia y, por supuesto, con los que tienen como principal propuesta y objetivo romper España.
No es tan difícil y lo vería cualquiera que no estuviese aquejado de la increíble ceguera política y la atroz cobardía que sufren los dirigentes del PP: llevamos casi tres años con la gente acudiendo a las urnas en la certeza de que Vox iba a colaborar de una forma u otra en la constitución de Gobiernos y ayuntamientos de centro-derecha y, pese a las alertas antifascistas lanzadas por doquier, la gente ha seguido votando al PP allí donde el PP tenía la posibilidad de gobernar. Es más: cuando los votantes han estado bastante seguros de que, de producirse, esa coalición de gobierno no iba a ser con Ciudadanos sino sólo de populares y voxeros les han votado más: el pasado 4 de mayo en Madrid la suma del centro-derecha fue casi siete puntos mayor que en 2019; este domingo en Castilla y León ha sido más de un punto y medio superior a la de las anteriores autonómicas.
En resumen: al PP no le pasó nada cuando existía la posibilidad de que hiciese pactos con Vox, no le ha pasado nada después de hacerlos y tampoco le pasará nada cuando comparta Gobiernos con los de Santiago Abascal, por mucho que Casado, García Egea, Adriana Lastra y los tertulianos habituales de La Sexta estén dispuestos a echar ceniza sobre sus cabezas y darse de latigazos como los chiíes el día de la Ashura.
Los dirigentes populares presumen de tener aprendida la lección del mal resultado que están dando los Gobiernos de coalición en España, pero, más allá de que esa es una lectura falaz, ahí está Andalucía y ahí estaba también Madrid antes de la última traición de Aguado, no quieren ver la moraleja principal de lo que está ocurriendo en Gobierno de España: la coalición es letal… para el partido pequeño. Es lo mismo, por cierto, que ha ocurrido en Castilla y León y Madrid y que pasará con total seguridad en Andalucía, pero no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Por otro lado, la dirección nacional del PP es incapaz de darse cuenta de que Vox no sólo será un socio imprescindible para llegar al poder en Castilla y León ahora y en España más tarde –si es que logran sumar, que con estos lumbreras está por ver–, es que además es un socio ideal para un Gobierno que tendrá que cambiar muchas cosas y tomar algunas medidas muy poco populares, en una situación muy difícil en lo político y peor aún en lo económico.
Hasta el que asó la manteca puede entender que un socio a tu derecha al que endosar las medidas más difíciles e impopulares mientras tú te apuntas los éxitos y la política amable es un auténtico chollo, pero visto lo visto el que asó la manteca es una mezcla de Churchill, Bismarck y Reagan al lado de unos tíos que dicen en serio que es más estable un Gobierno con 31 procuradores, a diez de la mayoría absoluta, que uno con 44.