El volcán que ocupa buena parte del subsuelo de La Palma ha entrado en erupción y, aunque por el momento no se ha cobrado vidas, está suponiendo una tragedia a todos los demás niveles: decenas de casas están ya bajo la lava y cuando escribo estas líneas el magma está a punto de tragarse un pueblo entero.
Es, además, una tragedia que transcurre a cámara lenta –al menos si la comparamos con lo que suelen ser otro tipo de desastres naturales– pero cuyo avance es inexorable, lo que transmite una sensación de impotencia, a la que los humanos del siglo XXI no estamos acostumbrados.
Quizá sea por esa sensación, quizá porque conocí la isla este verano, me pareció maravillosa y de alguna forma eso me implique emocionalmente con lo que está ocurriendo, o quizá es que ya no puedo con tanta gilipollez, con perdón, pero en esta ocasión me están cabreando más de lo normal las tonterías que se escuchan o se leen en cuanto alguna catástrofe natural llega a las portadas de los periódicos o a los primeros minutos de los telediarios.
Y es que estamos en una época en la que todo vale para remar hacia una orilla ideológica, y cuando no hay forma de moverse en el barro –o la lava–, eso no desanima a la progrez mundial a la hora de intentar aprovechar cualquier ocasión para soltarnos otro de sus sermones.
Ahora la explicación universal a todos los males del mundo –el cambio climático– no cuela ni en los ambientes más sórdidos de Twitter, pero eso no ha desalentado a los más animosos, que, como por otra parte tampoco era tan difícil de prever, han tomado la erupción como una "señal" de que la Tierra trata de decirnos algo, aunque el pobre Manuel Vilas no pillaba bien el qué el otro día, cuando puso un tuit que debería haber pensado un poco más.
Quién nos iba a decir que, en pleno siglo XXI, y cuando todos estos fenómenos naturales están más que explicados por la ciencia, aún tendríamos que asistir a que gente supuestamente alfabetizada nos deleite con teorías sobre el planeta propias del brujo de la tribu o de una religión muy poco evolucionada. No, ni Gaia ni la Pachamama nos hablan desde La Palma porque ninguna de las dos existen, porque el planeta en el que vivimos no es un ser dotado de un extraño tipo de conciencia que nos mande mensajes envueltos en lava y porque lo que ocurre en La Palma es algo tan habitual como que ya llevamos siete volcanes en erupción este año en distintas partes del mundo.
Hay que ser muy ignorante y tener muy poco pudor para intentar hacernos creer que esto –que ocurrió en la propia isla hace sólo 50 años, que son un suspiro desde el punto de vista geológico– es un mensaje excepcional provocado por la maldad intrínseca del ser humano. Ignorancia grave, desvergüenza absoluta y algo quizá aún peor: ningún respeto por la gente que está allí ahora, viendo cómo una lenta pero imparable lengua de lava va a destrozarles la vida.