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Carmelo Jordá

Ni Trump ni Hillary: o Ramón o Rita

Los que están decidiendo cómo será el mundo mañana no son los hispanos de Florida, sino son los afiliados a los círculos de Arganzuela, Móstoles y Moratalaz.

Los que están decidiendo cómo será el mundo mañana no son los hispanos de Florida, sino son los afiliados a los círculos de Arganzuela, Móstoles y Moratalaz.
Rita Maestre | EFE

Mientras escribo estas líneas, los votantes americanos están tomando la agria decisión de confiar el futuro de la nación o a una señora antipática y que representa a la perfección lo peor del establecimiento político o a un populista sin escrúpulos de ningún tipo que tiene unas ideas completamente estrafalarias –y equivocadas– sobre política exterior, económica, de seguridad…

Pero vamos a dejar la dura encrucijada de los americanos, porque, mientras tanto, aquí estamos decidiendo de verdad el futuro de Occidente en el más enconado –¡y elevado!– duelo electoral que vieron los siglos: las primarias de Podemos en la Comunidad de Madrid.

Digan lo que digan los opinólogos y politólogos, los que están decidiendo cómo será el mundo mañana no son los hispanos de Florida ni los votantes de color de Carolina del Norte: son los afiliados a los círculos de Arganzuela, Móstoles y Moratalaz, por poner tres ejemplos.

En ese ilusionante proceso participativo, el votante se enfrenta también a un mar de dudas; pero no por tener que elegir entre lo malo y lo peor, sino por tener que decidirse entre lo bueno y lo mejor, lo excelso y lo superior, el no va a más y la repera… Bueno, ya me entienden.

Rita y Ramón, Ramón y Rita, ¿cómo dejar de lado a uno de los dos? Ambos son jóvenes, guapos, tienen facilidad de palabra –vamos, que son capaces de decir cualquier cosa– y programas políticos que en el fondo son muy similares: los de Maestre quieren que el mundo sea un paraíso feminista y sin sufrimiento; los de Espinar pretenden que vivamos en un Edén aún más feminista y en el que ningún recorte enturbie nuestra felicidad.

La una nos ameniza las ruedas de prensa del Ayuntamiento de Madrid en ese estilo pijo profundo tan entrañable y tan adecuado para defender a las clases deprimidas; el otro nos da solaz y divertimento a partes iguales en televisiones y redes sociales, siempre dispuesto a recibir un revolcón –si no le has hecho un zasca en Twitter a Espinar es que no eres nadie– sin por ello dejar de tirarse a piscinas vacías día tras día.

El uno viviendo en la mentira de ser un joven sin futuro mientras su familia le prestaba importantes sumas de dinero para ganar 20.000 euros limpios de polvo, paja y, sobre todo, de las incomodidades que acarrea el trabajo; la otra entrando medio en pelotas en una capilla y mintiendo después, cuando dijo que dimitiría si era condenada, y, que nosotros sepamos, ahí está sin dimitir y con una condena a cuestas.

Se está librando la batalla decisiva en el partido determinante –al menos si les oyes o lees, que ya no sé si son unas primarias, un plebiscito para echar a Cifuentes o la decisión definitiva sobre el futuro de las niñas del mundo–, y para ella pablistas y errejonistas han puesto en liza a lo mejor que tenían en sus filas: políticos jóvenes, con futuro y, sobre todo, con unas caras tan duras que podrían ponerlos en el Monte Rushmore al natural: a su lado, el granito de Washington, Jefferson, Roosevelt y Lincoln iba a parecer contrachapado de ese del malo.

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