Una de las cosas buenas que ha tenido la llegada de Podemos a la política nacional es que nos recuerda un montón de cosas cuya existencia ya habíamos olvidado la mayoría de los españoles.
Por ejemplo, la misa de Televisión Española: ahí seguía, entre la indiferencia general –no por nada, sino porque es por lógica un programa destinado a una minoría–, y ha tenido que venir Pablo Iglesias y cabrear a Tamara Falcó para que consiga un share que ya lo quisieran Sálvame y Salvados.
Sí, es cierto que a los podemitas no les anima una voluntad de regocijo en lo vintage como la que tiene el siempre genial Cachitos de Hierro y Cromo, normalmente lo que pretenden es lo que ha pretendido siempre la extrema izquierda: arrinconar fuera del debate público todo aquello que les hace sombra o que impide su total dominio de la escena intelectual, por ejemplo la religión católica.
Por eso, y no por ese cuento del país laico, que es tan falso como los dramas económicos de la juventud de Ramón Espinar, es por lo que Podemos persigue a una confesión religiosa como la cristiana, que puede que tenga defectos, pero que, por mucho que les pese a algunos, y se sea o no creyente, ha permitido el desarrollo de sociedades en las que han cristalizado la libertad y los derechos humanos.
Otras religiones, por el contrario, no han tenido ese efecto, sino que han sido la base de sociedades en las que no se respetan las libertades más básicas y los derechos humanos se contemplan como algo tan lejano como Marte. Países en los que las mujeres o los homosexuales –a los que la progresía se supone que defiende con la boca llena– son tratados no ya como ciudadanos de segunda, sino como bultos sospechosos unas y aberraciones merecedoras de exterminio otros.
Por ejemplo: la religión islámica, sobre la que Podemos, qué cosas, no dice ni mu. Este mismo martes lo ha dejado claro Irene Montero al terciar sobre la cuestión del velo islámico, ese complemento de moda que sirve para que las mujeres vayan luciendo –e interiorizando– que sólo son meros contenedores de pecado. Pero ahí no hay feminismo que valga, ahí ya no es tan importante el laicismo, ahí no puedes prohibir como puedes prohibir la misa, porque eso hay que abordarlo con "diálogo", escuchando "a todas las partes implicadas" –los imanes que dicen que puedes sacudirle a tu mujer, por ejemplo– y llegando a "la raíz de los problemas".
Desgraciadamente, la verdadera raíz del problema, Irene, es que odiáis todo lo que huela a libertad y amáis todo lo que apeste a sumisión.