Incluso aquellos que hemos desaprobado su gestión como ministro de Exteriores hemos de reconocer a García-Margallo algunas, digámoslo así, virtudes. Por ejemplo: es un político que no decepciona nunca: si tiene una oportunidad para hacer algo mal, lo hace, por complicado que pudiera parecer en principio.
También es lo que podríamos denominar una brújula moral infalible: en cuanto apoya algo o a alguien, seguro que se trata de una vergüenza totalitaria y, probablemente, criminal. No hay causa abominable que no encuentre la simpatía del ministro: desde los peores islamistas que atentan en Israel hasta las dictaduras más sanguinarias. Y funciona igualmente en el sentido opuesto: allí donde vemos a Margallo con gesto adusto y desagradable, seguro que hay un país democrático y digno que precisamente por eso incomoda al jefe de nuestra diplomacia.
Además, no se puede negar que es todo un trabajador: mientras todo el Gabinete del que ha formado parte se ha pasado cuatro años y pico en funciones, él va por ahí cagándola, con perdón, hasta cuando está por fin legalmente en funciones. Vamos, que el andoba es incansable en el error.
Escribo todo esto, por supuesto, al hilo de la miserable visita que ha hecho García-Margallo a Cuba, acompañado –menudo papelón– de la ministra de Fomento, Ana Pastor. No voy a ser yo el que a estas alturas niegue que la política internacional es el terreno del realismo y el pragmatismo, pero de ahí a que se te note que la compañía de dictadores sanguinarios te embelesa hay un trecho; de ahí a que definas como "el más cordial" de tu vida tu encuentro con un dictador sanguinario que lleva décadas arruinando y oprimiendo a su pueblo hay mil millas, como diría Marsellus Wallace.
Aceptemos como un mal necesario que el ministro de Exteriores de España tenga que viajar a Cuba; asumamos, si no hay otro remedio, que tenga que reunirse con un personaje absolutamente repugnante como los asesinos, tiranos y corruptos hermanos Castro, pero sólo desde la más absoluta bajeza moral se puede disfrutar de enfangarte con lo peor de Iberoamérica y del mundo.
Además, y quizá esto es lo peor, Margallo demuestra de nuevo que es el más torpe elefante de la cacharrería política, porque hay que ser muy torpe para irse a retozar en el penúltimo albañal comunista justo cuando tu partido va a pasear en campaña –y con razón– el fantasma de la llegada del comunismo. El algo que sólo podría pasar por la cabeza del ministro de Exteriores que se fue a debatir –y a perder por goleada– a una tele catalana con un representante del secesionismo catalán en unas elecciones vendidas como un plebiscito por parte del secesionismo catalán.
Lo peor, en resumen, no es ser malvado; lo peor es ser un perfecto inútil.