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Carmelo Jordá

Lo que sí nos han dicho las encuestas en EEUU

Si el voto es el único acto de libertad, acaba por ser sólo un trámite más de la dictadura.

En el momento en el que escribo estas líneas, la única noticia segura que nos ha deparado la jornada electoral americana ha sido un nuevo fracaso de las encuestas: sea cual sea el resultado final, se han pegado un leñazo de primera y Trump, como mínimo, ha rozado una victoria que parece que se le va a escapar por un margen muchísimo más reducido del que todos los estudios demoscópicos preveían.

Algo similar pasó hace cuatro años, si bien con algunas diferencias sustanciales: las casas de encuestas sí registraron en los últimos días una subida fuerte de Trump que este año no ha dado nadie, todo lo más han apuntado a una ligera mejora y no todas. Además, Trump hace cuatro años era un fenómeno completamente nuevo y las novedades de esa magnitud son más difíciles de analizar. En resumen: el error fue entonces mucho más excusable que ahora, después de dos campañas y tras toda una presidencia, pero ahí ha estado de nuevo el fracaso de prácticamente el cien por cien de los sondeos.

Asumiendo que las empresas que las realizan no pueden ser todas malas, hay dos posibilidades para explicar el fallo masivo: una, que fuese intencionado y parte de una estrategia para apuntalar las posibilidades del candidato demócrata. Lo cierto es que casi nadie niega en política el efecto de arrastre que tiene liderar los sondeos, en España sin ir más lejos tenemos todo un CIS dedicado a tal cometido. Sin embargo, yo tiendo a creer poco en las conspiraciones y me cuesta pensar que ni uno solo de tantos encuestadores hubiese querido diferenciarse, salirse de la conjura global y prestigiarse como el único que acertó.

Así que la segunda posibilidad me parece más razonable, aunque en el fondo sea aún más terrible: Estados Unidos es hoy en día un país en el que incluso en el anonimato de una encuesta declarar libremente tus opciones políticas es incómodo, desagradable o da miedo. Tengan en cuenta, además, que todos los sondeos corregirían al alza en favor de Trump los datos crudos de intención de voto, pues era obvia la existencia de ese voto oculto, pero finalmente está claro que el miedo era mucho mayor que el estimado.

¿Cómo es posible que en el país que ha hecho bandera de la libertad política, de expresión o de creencia durante su historia se haya convertido en uno en el que te da miedo decir a quién quieres votar? No se extrañen, hay varios elementos que han contribuido a ello: por ejemplo, un Partido Demócrata que se debate entre la extrema izquierda de Sanders, Alexandria Ocasio-Cortez, el BLM y los Antifa y la corrupción institucionalizada de Clinton o el propio Biden. Facciones de lo más variadas que sólo coinciden en una cosa: un sectarismo atroz y la disposición a hacer lo que sea para alcanzar o mantener el poder.

O un panorama mediático que cada día está más escorado y tiene menos escrúpulos. Sí, Trump no es el político más diplomático de la historia y sus relaciones con la prensa son mejorables, pero las campañas en su contra han sido brutales y con un desprecio por la verdad absoluto. Un panorama que, encima, se ha envilecido aún más por aquellos que deberían haber contribuido más a limpiarlo o, al menos, a abrir las ventanas y dejar pasar el aire: las redes sociales, que en lugar de eso se dedican a censurar y a verificar, como si ellos estuviesen en posesión de la verdad y, por supuesto, la verdad fuese más de izquierdas que la Pasionaria.

Y si el panorama mediático está escorado, no les digo el cultural, y no me refiero a los idiotas de Hollywood, o no sólo a ellos: no es que la ficción esté tan o más contaminada que el periodismo, es que lo están las universidades, las instituciones culturales y académicas, prácticamente todo aquello que tiene acceso a la tribuna de la fama, el prestigio intelectual y, otra vez, los medios.

Súmenle a eso la violencia callejera –el mismo miércoles, y en pleno recuento, hubo manifestaciones contra Trump– y el resultado final, y lo que nos dicen esas encuestan tan erradas pero tan reveladoras, es que la gran nación de las libertades es ahora mucho menos libre que hace unos años y va camino de serlo todavía menos, porque si el voto es el único acto de libertad, acaba por ser sólo un trámite más de la dictadura.

Dejo lo peor para terminar esta reflexión: piensen, si eso pasa en el país que nació como una democracia, que ha defendido la libertad en todo el mundo en los últimos 100 años y que tiene uno de los sistemas más completos de contrapoderes y salvaguardas, ¿qué no podrá pasar aquí?

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