Ando de vacaciones por tierras catalanas y aledaños y les sorprenderá saber que por aquí uno no percibe una hecatombe españolista, ni una marea humana de insatisfacción que desborde las calles día sí, día también. La gente va, viene, trabaja –el que puede-, compra lotería, pasea por el campo… y la lucha desesperada de un pueblo por su libertad se limita a ir colgando algunas estelades de ventanas y balcones, tampoco demasiadas en las zonas por las que yo he pasado, por cierto.
Sin embargo, si uno se asoma a la prensa que se puede leer en restaurantes y cafeterías –en cuanto hay un papel impreso me pierdo y traiciono el propósito vacacional de mi viaje- y sí diría que se aproxima algo transcendental, definitivo y abrupto.
Y, al menos en parte, son los periódicos los que tienen razón.
Dicho sea de otra forma: este país –dicho sea al modo Pla- se va al carajo y la gente no se da cuenta, o prefiere no hacer caso. Y no se sorprendan: España también se va al carajo y los españoles tampoco parecemos muy alterados con la cosa.
Volviendo a la prensa, este lunes repasando El Periódico encontré un artículo que describe a la perfección la tontuna nacionalista que ha idiotizado a los catalanes hasta el punto de que les traerá la ruina. Como suele pasar con estas cosas, no lo había escrito un catalán, sino un escocés. Y como también suele ocurrir el pobre ni se daba cuenta, creo yo, de la descripción tan exacta y cruel que estaba haciendo de lo suyo.
El culpable de la cosa era un tal Simon J. Shilton, de Glasgow y profesor universitario –sí, así debe estar también la universidad escocesa-. El hombre escribe un artículo muy dolido por el no de sus conciudadanos a la independencia y hacia la mitad se suelta un párrafo demoledor:
"Si la independencia es vista sólo como un vehículo para mejorar las circunstancias personales, la merecemos menos. El amor a la patria no se basa en la mejora del bolsillo ni en las recompensas inmediatas, sino que está incorporado como parte del código genético de cada persona".
Vengo defendiendo desde hace tiempo -y en contra a la que creo que es una doctrina más extendida en Madrit-, que el nacionalismo no es en esencia un mecanismo económico interesado. En mi opinión se trata, más bien al contrario, de un asunto sentimental. Se ve que me quedaba corto: según el profesor Shilton es cosa genética, supongo que independientemente de dónde uno haya nacido ya que el entorno no influye en la carga genética del individuo.
Cabe presuponer, por tanto, que por los caprichos del ADN es posible que exista algún esquimal de la tundra siberiana que sea furibundo nacionalista catalán, pero desgraciadamente todavía no haya tenido la oportunidad de darse cuenta. Eso sí, a la que un día vea una barretina por la tele le entrará un nosequé y un queseyó que se pondrá a bailar sardanas y hacer castells él solito, con la mala fortuna de que ambas actividades quedan muy deslucidas si se realizan en solitario.
Bromas aparte, el párrafo –y el resto del articulito- son bastante demoledores porque nos dan las claves de lo que realmente es el nacionalismo: un mejunje sentimental -¡o genético!- al que el individuo debe sacrificar, si es necesario, su propio bienestar. Y en el fondo tanto el nacionalista catalán como el escocés –e incluso el solitario casteller inuit- saben que sí, que será necesario el sacrificio porque la independencia es un desastre.
Pero la llibertad, ay, tiene un precio, que ya lo dijo Mas. Lo que no sabíamos es que el precio estaba marcado en los genes, como si el ADN fuese un código de barras.
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