El "Voy a ser presidente yo"-"No, yo"-"No, yo" en el que se ha embarcado la lista de presunta unidad que tiene que llevar a la Cataluña mil·lenària a su esplendoroso futuro está siendo un espectáculo tan grotesco como, si me lo permiten, divertido.
Es lo que suele pasar con los experimentos en los que se fuerzan las leyes de la naturaleza, o si quieren las de la política, más allá de sus límites razonables: lo de juntar derechas con izquierdas con cantantes, actrices, monjas y karmeles sólo podía acabar en chirigota o en drama, o con una mezcla de las dos cosas, que es lo que tiene pinta de estar ocurriendo.
Pero, a falta de conocer el final de esta tragicomedia, por lo pronto la lista unitaria ha dado el resultado exactamente opuesto a aquel para el que se suponía que había sido diseñada: en lugar de ser un elemento de unidad y arrastre para convencer a los tibios con un proyecto "de país", está siendo un escaparate de las divisiones y peleas de unos nacionalistas que demuestran ir cada uno por su lado y a lo suyo, defendiendo exclusivamente sus intereses.
Y en vez de ser un escaparate de lo mejor de la sociedad catalana, con la presencia de personalidades destacadas, está siendo un esperpento, con la Caram y la Karmele de estrellas y alguna abuela racista como guinda del pastel. Vamos, lo mejor de cada casa o, si quieren, de la casa común nacionalista.
Como un ejército independentista de Pancho Villa, Romeva, Mas y Junqueras forman un trío incapaz de entonar nada que no esté más desafinado que la guitarra del Chiquilicuatre, y están dejando claro que, pese a la presión mediática, educativa, cultural y, sobre todo, institucional, el prusés no es más que un desatino en manos de unos alocados; unos irresponsables que han perdido el sentido del ridículo, que se han desconectado de toda realidad que no sea el Matrix nacionalista que ellos mismos han creado y que dan la sensación de estar empujándose unos a otros hacia un precipicio que hace un año ni tan siquiera parecía existir.
No sabemos en qué acabará esta tragicomedia, y no estoy seguro de que no nos aguarde un último acto dramático, pero seguro de que por el camino nos vamos a reír una barbaridad. Para esto ha quedado aquel rey Artur devenido revolucionario mexicano de opereta al frente de una lista que es más bien una banda.