Contrariamente a lo que se viene publicando y comentando por ahí, yo no creo que el tema del chalé de Iglesias y Montero sea una cuestión de hipocresía o incoherencia: desde mi punto de vista, es bastante peor.
Incoherencia, por ejemplo, es pregonarte como el partido que baja los impuestos y que en cuanto llegues al poder les metas una subida como no se había visto en décadas. Hipocresía, sin ir más lejos, es reunirte con las víctimas del terrorismo mientras sueltas primero a Bolinaga y después a otras decenas de terroristas y asesinos.
Pero lo de la pareja galapagueña es mucho peor que eso, el caso del chalé nos ha desvelado algo que va más allá y que ahora se hace patente, aunque ya lo sospechásemos: que todo el partido Podemos está construido sobre una mentira; que no es que sus líderes puedan llegar a ser hipócritas o mentirosos o incoherentes como los de cualquier otro partido, sino que son una inmensa mentira.
Podemos nació más como un movimiento que como un partido, era –o se proclamaba– fundamentalmente distinto a las formaciones tradicionales y esa diferencia se basaba en dos cosas: que iba a defender los intereses de "la gente" común y no los de "la casta" y que esto era posible si y sólo si los dirigentes estaban más cerca de los primeros, "los de abajo", que de los segundos, los que se compran áticos de 600.000 euros, que ya es mala suerte con las cifras.
Podemos no era una forma de pensar, era –y utilizo el pasado con toda la intención– una forma de ser. Es cierto que se trataba de una historia un tanto difícil de creer si uno miraba a Ramón Espinar, las hermanas Serna o Carolina Bescansa, pero al fin y al cabo uno no tiene la culpa de nacer en una familia de viejos socialistas enquistados en lo más cómodo del sistema, por ejemplo, o en el seno de un millonario emporio farmacéutico. Ni siquiera se puede culpar a Rita Maestre de esa forma de hablar que la delata, porque uno no es responsable de dónde nace ni de qué acento adquiere en la infancia.
Pero Iglesias y Montero –que tampoco vienen de una familia obrera, precisamente– ya no son juzgados por sus orígenes sino por sus decisiones. Y su decisión, la vistan como la vistan y la justifiquen como la justifiquen, ha sido ser casta, vivir como la casta, alejarse de "la gente" y de "los barrios" como hace la casta, parapetarse cómodamente en la piscina tras los muros de un chalé con tinaja… Y si esto no es pura casta, que venga Marx y lo vea.
Lo importante de Iglesias, tal y como él mismo ha estado transmitiendo durante estos años, no era su ideario sino su condición, porque era ésta lo que certificaba aquél. Ahora ya sabemos que su condición es, en realidad, la de un burgués que en cuanto puede se compra una dacha, como tantos revolucionarios de la historia. Así que, después de tanta diatriba y tanto discurso emocionado, resulta que Pablo iglesias es mucho peor que un hipócrita: sencillamente, no es nada.