Encontré hace un par de días información sobre uno de los numerosos colectivos afectados por algo en nuestro país -para cuando una asociación de víctimas de sí mismos, por cierto- que estaba realizando una "huelga de hambre rotatoria". Supongo que la cosa consistiría en hacerla esta semana yo, la otra tú y la tercera el de más allá. Igual soy un poco raro, pero la cosa me resultó sorprendente.
En la misma línea iba un reportaje sobre otros presuntos afectados por otra cosa que me pasaron por Twitter: en él aparecían dos personas que estaban dispuestas a hacer huelga de hambre hasta el final... entendiendo por el final que un médico les recomiende parar. De hecho, uno de los participantes ya la había dejado "porque se sentía mal".
Los veo como hallazgos de cierta enjundia: nunca pensé, por ejemplo, que durante una huelga de hambre te pudieses sentir bien. Nuevamente, debo ser un poco raro.
A ustedes, queridos lectores, probablemente estas majaderías les parecerán una estupidez sin importancia; a mí también me parecen estupideces, pero sí les encuentro cierta importancia, aunque sea simbólica: es el ejemplo de cómo está sociedad boba es capaz de banalizar hasta lo más serio.
Porque, más allá de que compartas o no las razones que llevan a alguien a ponerse en huelga de hambre, se trata -si se hace bien, claro- de un gesto con ribetes heroicos, de algo en lo que se está dispuesto a arriesgar la vida. Si uno hace una huelga de hambre de verdad nos está dando un mensaje muy claro: es tal la importancia que le doy a esta causa que por ella me vale la pena jugarme el todo por el todo.
No es así hoy en día, cuando cualquier chiquilicuatre se pone en huelga de hambre, bien con la intención de engañarnos como si fuésemos tontos del todo, es el caso de los De Juanas, Bolinagas y demás ralea; bien engañándose también a sí mismos con huelgas de hambre de a poquitos, que son más una dieta que otra cosa y que me parecen todavía más patéticas.
Porque al final, todo este mamarrachaje es la prueba clara de que ellos mismos no le dan mayor importancia a aquello que dicen defender con todas sus fuerzas, como por otra parte es lógico: nadie está dispuesto a morir por haber comprado preferentes ni por las presuntas agresiones a la sanidad pública.
Y en estas estamos, demostrando que somos capaces de devaluar y embarrar una cosa tan seria como la huelga de hambre: no queremos sufrir y mucho menos morir, pero sí nos haremos los héroes, seremos los más guays de la pandilla y nos creeremos el Gandhi del barrio.
Todo entre asamblea y asamblea, exigiendo que la policía no les toque ni un pelo y creyéndose que están haciendo la revolución. Pero los revolucionarios ya no son lo que eran... afortunadamente.