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Carmelo Jordá

Hace 20 años que el mundo se iba a acabar en 20 años

Cuando no se la ata con políticas suicidas, la Humanidad tiene una capacidad casi infinita para afrontar retos como el cambio climático.

Cuando no se la ata con políticas suicidas, la Humanidad tiene una capacidad casi infinita para afrontar retos como el cambio climático.
EFE

Los presuntos expertos del IPCC han hecho público su último informe sobre el cambio climático y las conclusiones son abrumadoras: el planeta va hacia la catástrofe, la culpa es nuestra y, según el periódico que se lea, ya no se puede hacer nada por evitarlo.

Lo primero que pensé al leer los terribles titulares en la inmensa mayoría de los medios de comunicación es que, si todo está perdido, no entiendo muy bien para qué los amables miembros del IPCC nos piden 100.000 millones de dólares, quizá ya puestos en modo drama lo suyo sería olvidarnos del tema y disfrutar mientras podamos. Pero no, al mismo tiempo que nos dicen que esto es terrible y que no se puede solucionar nos piden una pasta inmensa para arreglarlo. Muy coherente no suena, la verdad.

Además del inmenso tinglado montado a su alrededor, hay varias cosas que me hacen desconfiar de las predicciones calentológicas. La primera es ver cómo cualquier desastre natural se adjudica automáticamente al calentamiento global, pero por el contrario la ausencia de desastres jamás demuestra nada.

Por ejemplo, este año les toca a los incendios: los siniestros terribles en Grecia y Turquía son la prueba irrefutable del apocalipsis climático, como si nunca hubiese habido incendios antes; pero los ha habido y, según dónde, muchos más. Es el caso, por ejemplo, de España: si consultamos las hectáreas quemadas en los 50 años que van entre 1969 y 2019, resulta que este último es el decimotercero en el que menos superficie ardió. ¿Casualidad? No lo parece: de los diez años con menos incendios, siete están entre 2008 y 2018.

¿Prueba esto que no hay cambio climático? No, por supuesto, a pesar de que nos digan que España es un "punto caliente" de la catástrofe y que aquí todo será aún peor. Pero la verdad es que en esta estadística hay muchísimas cosas que influyen más que el supuesto cambio climático: la política forestal, el trabajo previo en los montes, lo lluviosa que haya sido la primavera, los vientos, la suerte… Exactamente igual que en los incendios de este año en Grecia y Turquía.

Me dirán que vale, los incendios puede que no pero hay muchos otros desastres naturales empeorados por el calentamiento global. Bueno, es posible, no lo niego; pero tampoco es eso lo que dicen los datos: en realidad, las muertes provocadas por estos fenómenos, en lugar de crecer, como habría pasado de ser más y más virulentos, han caído de forma espectacular en los últimos 120 años.

Predicciones fallidas

Lo segundo que me hace desconfiar de estas predicciones es que ya las hemos visto y han fallado: por ejemplo, las que decían que el hielo del Ártico iba a desaparecer primero en 2014 y después en 2020; pero el hielo del Ártico ahí sigue, el muy cabezota.

Algunas de estas predicciones fallidas son realmente divertidas, aunque el humor sea más bien negro: este martes recorría Twitter un viejo artículo de El Mundo en el que se pronosticaba cómo sería la situación veinte años más tarde… es decir, en este 2021. Sí, lo han adivinado ustedes, hace dos décadas nos decían exactamente lo mismo que nos dicen ahora: subida de las temperaturas, islas y playas tragadas inmisericordemente por el océano, palmeras en el norte de España, hambrunas… Y, por supuesto, nada de eso ha ocurrido. Repito para que quede claro: nada.

Ustedes comprenderán que, con esos antecedentes, no podemos considerar a los calentólogos una fuente muy fiable de predicciones, pero hay algo que todavía me hace desconfiar más: que ellos tampoco se las creen. Ahí tienen ustedes a Obama comprándose una mansión de 12 millones de dólares al lado de ese mar que lo va a devorar todo, por poner un ejemplo casi cómico. Y, sobre todo, ahí tienen a los ecologistas negándose a recurrir a la energía nuclear, una alternativa energética completamente libre de CO2 pero que, sin embargo, lleva décadas frenada en buena parte del mundo -por ejemplo, en España– pese a tener más capacidad, ser mucho más barata y ofrecer un suministro infinitamente más fiable que sus competidoras. Sí, las centrales nucleares generan residuos que hay que gestionar, pero ¿qué importa eso cuando me dices que está en juego el propio planeta?

Hace 20 años que el mundo tal y como lo conocemos se iba a acabar en 20 años, no ha pasado nada de eso y sí han ocurrido otras cosas de las que nadie habla: reducción de la pobreza, mejoras tecnológicas que hacen que todas nuestras actividades sean menos contaminantes, la mayor producción de alimentos de la historia de la Humanidad… En realidad, lo que ha ocurrido en estas dos décadas es la constatación de que, cuando no se la ata con políticas suicidas, la Humanidad tiene una capacidad casi infinita para afrontar retos incluso tan grandes como un posible –veremos si probable– calentamiento global que, por ahora, no ha matado a nadie.

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