No sé si hay algún otro país más o menos civilizado en el que sea prácticamente imposible saber cuántas personas murieron en un día concreto por culpa de esta terrible epidemia del coronavirus.
De hecho, hasta las dictaduras más nauseabundas ofrecen datos al respecto, aunque sean tan falsos como las trolas que ha contado China desde el principio. Países con escasísimas garantías democráticas también dan números reconocibles y comparables. Rusia, por ejemplo, estará completamente bajo sospecha, sí, pero aporta unas estadísticas en las que puedes buscar y encuentras una cifra: ayer murieron tantas personas.
En España es distinto: si uno quiere saber cuántos españoles fallecieron el domingo, por ejemplo, lo que encuentra es la cifra de-los-que-tenían-fecha-de-fallecimiento-de-tal-día. O algo vagamente parecido, en una estadística imposible que no cuadra ni con los totales, ni con los fallecidos 14 días antes. ni con los datos a partir de los cuales se hace la cuenta ni con nada.
Así, sin saber cómo, hemos pasado de ver sobrecogidos cómo cada día morían decenas de personas, incluso centenares, a que no haya "ningún caso notificado con fecha de fallecimiento de ayer". Una fórmula casi mágica que encima carece de la más mínima fiabilidad: las propias comunidades autónomas –que, recordemos, son las que gestionan el sistema sanitario– se asombran porque los muertos desaparecen en el tránsito de los datos desde sus consejerías al ministerio.
Lo cierto es que desde el primer minuto el Gobierno ha tratado de engañarnos: nunca se han contado de verdad los muertos por coronavirus, y a cada nuevo cambio estadístico la mentira era un retrato más lejano y edulcorado de la dramática verdad que, de todas formas, empieza a salir a la luz. Y mientras los datos bailan y se hacen más y más increíbles, Fernando Simón nos explica que "dos o tres casos más o menos" no aportan gran cosa, convirtiendo la falta de respeto de la mentira en una falta de empatía ya rayana en la psicopatía.
Ni siquiera del Gobierno fake presidido por el presidente fake nos podíamos esperar que jugara con algo tan serio y dramático como las decenas de miles de españoles a los que esta enfermedad se ha llevado por delante. Pero, desde luego, de quien no cabía imaginarlo era de aquel que, se supone, no era un político sino un experto, un técnico.
"Era", digo bien, porque, aunque no sabemos la razón, Fernando Simón hace semanas que dejó de ser un funcionario sin partido y se convirtió en un miembro más del Gobierno, del peor Gobierno y en el peor momento. Él sabrá por qué, qué oscuros motivos personales y circunstanciales le han llevado a caer tan bajo. De lo que puede estar seguro es de que no olvidaremos lo que ha decidido ser: hay viajes que no tienen billete de vuelta.