Si algo reivindica la izquierda prácticamente desde su nacimiento es que defiende a los trabajadores más débiles. Todos sabemos que históricamente no ha hecho tal cosa excepto en momentos y lugares muy concretos. Y también sabemos que en la actualidad esa falsa protección se ha extendido a otros colectivos supuestamente débiles –como las mujeres, que me extraña que no se indignen cuando las hacen así de menos– o minorías varias, ya sean raciales o de orientación sexual.
Así las cosas, uno diría que si hay un colectivo que reúne todos los requisitos para que la izquierda sienta una irreprimible necesidad de ofrecerle su protección es el de las prostitutas: mujeres en una situación laboral que en muchos casos es terrible y en casi todos muy difícil, y además expuestas como nadie a la violencia, las enfermedades, las drogas...
Pero resulta que las prostitutas no merecen la protección de esta izquierda, ni siquiera su compasión, y parece que tampoco merecen los derechos laborales que se supone defienden los sindicatos para cualquier otro trabajador, incluso aquellos que se diría que lo necesitan bastante menos, como los funcionarios o los que trabajan en televisiones públicas, por poner sólo dos ejemplos.
Por supuesto, los socialistas de todos los partidos dirán que el problema no son las pobres prostitutas, sino que su actividad es intolerable, humillante y no sé cuántas cosas más. Es decir, creen que sus categorías morales sobre con quién y a cambio de qué debe acostarse una persona son tan importantes como para aplicarlas a sangre y fuego, aunque eso sirva para arruinar la vida a muchas personas.
Aunque yo no tengo ningún reparo moral que hacer a alguien que quiera cobrar o pagar por tener sexo, estoy dispuesto a aceptar que el mundo sería mejor si no existiese la prostitución, igual que si no existiesen las armas, las drogas, la obesidad o la alopecia. Sin embargo, por desgracia, ese mundo maravilloso no es el nuestro; en el nuestro, en lugar de unicornios lo que hay es mucha gente demasiado exquisita como para ensuciarse las manos en la realidad y reconocer que la prostitución es un hecho tan innegable como inevitable. Hipócritas que al menos tendrían que asumir que sus escrúpulos morales sólo sirven para que muchas mujeres sigan trabajando desprotegidas y no pocas sean víctimas de las mafias y de una forma particularmente horrible de esclavitud.
Seres puros de luz que en nombre de la religión o del nuevo evangelio feminista consideran que están por encima de los problemas concretos del día a día y que, con perdón, a las putas que las jodan; pero, eso sí, en nombre de sus derechos y de su dignidad y nunca a cambio de dinero.