Hace casi 37 años, concretamente el 18 de noviembre de 1978, unos 900 miembros de una secta se suicidaban en un lugar llamado Jonestown, en Guyana. El nombre de la localidad no es casual: la secta era la fundada y liderada por Jim Jones, uno de esos predicadores con una especial capacidad de fascinar a la gente hasta el punto de, primero, llevarlos de Estados Unidos a Guyana y, luego, obligarles a matarse y matar a sus propios hijos.
La historia recoge casos de suicidios colectivos igualmente terribles: Numancia, aquí mismo, o la muy parecida historia de Masada, en lo que hoy es Israel… Hechos tremendos a mitad de camino entre lo heroico y la locura colectiva.
Menos heroica y más locura colectiva se ve en los suicidios colectivos que nos ofrece la actualidad, que afortunadamente también son mucho menos cruentos: sólo se suicidan políticamente. Sin embargo, aunque no haya sangre, el asunto no deja de tener un tinte salvaje, sectario y extremadamente dramático.
Vean por ejemplo a CiU: en las elecciones autonómicas de 2010 la hueste de Mas obtuvo 62 escañazos, fue un poco decepcionante porque no se había llegado a la mayoría absoluta, pero por supuesto nadie le dijo nada al supremo líder. Dos años después, en una nueva y extraña llamada a las urnas, los convergentes perdían nada más y nada menos que 12 escaños. Y, de nuevo, nadie dentro del partido dijo ni mu.
¿Les parece mucho? Pues agárrense que vienen curvas: tras volver a convocar elecciones, resulta que, sumando a ERC, a lo más rutilante de la ANC, al calvo Romeva y el plúmbeo Llach, va el tío y saca 62 escaños, de los que sólo son de CDC una treintena. Resumiendo: en cinco años Mas ha pasado de 62 diputados a 30, una caída que ni la del imperio romano y una catástrofe que habría hecho que cualquier líder europeo no sólo dejase la política, sino que le obligaría a partir al exilio. No, en cambio, en una secta, en la que, como en la de Jones, el líder es capaz de llevarte al suicidio con la mayor naturalidad. Y en eso está CDC, ya separada de Unió y más muerta que viva, con lo que ellos han sido. Pero al líder de la secta sigue sin cuestionarlo nadie, será que todos están muertos.
No es un caso aislado: miren al PP. Rajoy perdió en el 2004, nadie le dijo nada y lo cierto es que en esa ocasión quizá habría sido injusto, aunque en aquella campaña ya hubo graves errores. Volvió a perder en 2008 y sólo le apoyó el 84% de los delegados en el congreso de Bulgaria, capital Valencia. Ganó o, mejor dicho, dejó que perdiese el PSOE, en 2011, pero a partir de ahí perdió en Andalucía, volvió a perder en Andalucía, se la pegó en las europeas y llevó a su partido a un resultado dramático en las autonómicas y municipales.
En cualquier partido político occidental medianamente normal, las propias limitaciones del presidente, el tránsito por una legislatura lamentable llena de mentiras y con resultados mediocres, sus evidentes errores estratégicos y esta catarata de derrotas harían pensar que era necesario cambiar al candidato. Pero eso sería un partido serio, no una secta, las sectas están dispuestas a seguir al líder hasta Guyana o hasta cualquier precipicio electoral, y lo hacen silenciosa y disciplinadamente, con lealtad y con determinación, exactamente igual que los seguidores del reverendo Jones.