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Carmelo Jordá

Día Mundial de la Hipocresía con el Síndrome de Down

Dejemos de exhibir de una forma tan obscena la falsa solidaridad con aquellos a los que, en la práctica, estamos exterminando. Paren, por favor, que me dan náuseas.

Dejemos de exhibir de una forma tan obscena la falsa solidaridad con aquellos a los que, en la práctica, estamos exterminando. Paren, por favor, que me dan náuseas.
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Las redes sociales y los medios de comunicación se han llenado este martes de mensajes sobre las personas con síndrome de Down. La solidaridad ha corrido a raudales, las imágenes han sido emocionantes y los vídeos, conmovedores, y todos hemos podido sentirnos la mar de estupendos, que parece ser la verdadera utilidad de estos días mundiales de las más diversas causas.

Pero lo cierto es que la realidad quizá no sea ni tan solidaria ni tan encantadora: las personas con síndrome de Down no reciben ni besos ni flores ni abrazos por las calles, sobre todo porque la inmensa mayoría ni siquiera llega a pisarlas, ya que son abortadas antes de nacer.

Es un fenómeno que ustedes mismos pueden comprobar en su vida diaria: hace no tantos años uno se encontraba cada cierto tiempo con un niño con síndrome de Down, lo lógico, puesto que es algo que afecta a un porcentaje reducido pero bastante constante de los embarazos. Sin embargo, hoy en día encontrarte con uno es absolutamente excepcional: no creo que ni siquiera vea uno al año, y eso que vivo en una ciudad como Madrid, en la que si ves algo es gente.

No voy a criticar personalmente a alguien que tome esa decisión en un momento terrible de su vida, en el que normalmente uno está en shock y atenazado por el miedo, creo que es un problema que va más allá de lo individual y concierne a esa sociedad que este martes se ha dado un gran baño de buena conciencia. Y lo creo porque incluso con la anterior ley del aborto el síndrome de Down se consideraba un supuesto que justificaba interrumpir el embarazo, como una enfermedad o una malformación grave.

Por supuesto, tampoco voy a decir tonterías como que tener síndrome de Down es estupendo, sé que ningún padre querría eso para su hijo, aunque mi experiencia personal me da una perspectiva distinta del asunto: tuve un hermano que era paralítico cerebral y estoy convencido de que él me hizo mucho mejor persona.

No, no haré ese proselitismo estúpido, no especularé sobre si los niños con síndrome de Down son o no más felices que los demás, pero sí les diré que no creo que sea una malformación grave; que aunque en muchos casos supone un impedimento para una vida normal –sea lo que sea eso–, sí permite llevar una vida que merece ser vivida; y, sobre todo, que tienen derecho a vivir.

No soy quién para dar lecciones morales sobre el aborto, pero sí creo que al menos puedo pedir que dejemos de exhibir de una forma tan obscena la falsa solidaridad con aquellos a los que, en la práctica, estamos exterminando. Paren, por favor, que me dan náuseas.

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