El asunto de la reforma de la Constitución me está empezando a recordar aquellos tiempos en los que no había otro tema de noticia y análisis en Cataluña que la perentoria necesidad de cambiar el Estatut.
Como entonces, una parte importante de la clase política –y de la periodística, valga la redundancia– anda obsesionada con lo urgente e imprescindible que es cambiar la Constitución o, en su defecto, demolerla por completo. Pero si sales de esos círculos de poder en los que todos tienen algún interés concreto en cierta reforma constitucional, a la gente es un asunto que le preocupa menos que cero, tal y como ya ocurría en Cataluña con el Estatut por aquel entonces.
No es la única analogía entre ambos procesos: la reforma del Estatuto, como hemos visto después, no sólo era innecesaria sino que también era bastante peligrosa, de aquellos polvos, en parte, vienen estos lodos. La constitucional no le anda a la zaga: un proceso en el que es imposible otro consenso que profundizar en algunos de los problemas de nuestra actual Carta Magna no puede acabar en nada bueno, y si se echa a andar por ese camino será muy difícil no llegar a mal puerto.
Volviendo al hecho de que la reforma constitucional no preocupa a prácticamente nadie entre lo que podríamos llamar gente normal, no sólo es sano, sino que es completamente lógico: los españoles saben –o intuyen sin necesidad de pararse a pensarlo mucho– que, por mucho que cambiemos la Constitución, por los ríos seguirá sin manar leche y miel y las calles no estarán empedradas con yema de huevo.
Y, por supuesto, también saben que, por mucho que cambiemos la Constitución para "acomodar" a los que no tienen ninguna intención de sentirse cómodos, eso sólo serviría para dar a estos nuevas herramientas para crear problemas y no para solucionarlos.
Además, y esto es probablemente lo más importante, la mayor parte de los españoles también son, somos, conscientes de que nuestra Constitución puede no ser perfecta, y desde luego no lo es, pero con ella hemos pasado las que han sido con toda probabilidad nuestras mejores décadas como país en varios siglos: en paz, para empezar, y con unos niveles de prosperidad que no hemos visto en ningún momento de nuestra historia. Oiga, pues como balance igual no está tan mal.
Si no son capaces de traernos una Carta Magna mejor, que nos haga más libres y que tenga, al menos, un consenso similar al que tuvo la del 78, dejen en paz a la actual… y déjennos en paz.