En un mundo confuso y cambiante hay muchas cosas de las que dudar y muy pocas seguridades absolutas, pero si hay algo de lo que no puede caber ninguna duda es que Pedro Sánchez está dispuesto a LO QUE SEA con tal de mantenerse en el poder. Y no estamos especulando, no, lo sabemos porque no ha hecho otra cosa desde hace tres años: aliarse con totalitarios y terroristas, usar las instituciones a su antojo, degradar la democracia, atacar al Poder Judicial, comprar voluntades y televisiones, mentir a todas horas y sobre todo…
Por otro lado, lo ocurrido en 2017 debería habernos enseñado que en política hay muy pocas cosas que sean imposibles. Es una lección que ya nos podría haber dado la historia de Europa e incluso la de España, pero que en aquellas infaustas semanas pudimos aprender en nuestras propias carnes, ya no a través de los libros sino en los telediarios.
Aún así, pese a que todos vimos en directo el golpe de Estado y a sus protagonistas prometer que "lo volveremos a hacer", la típica corriente de buenismo estúpido que atonta a una parte importante de la sociedad española hace que políticos sin escrúpulos piensen que todos lo hemos olvidado todo. Y esa es una de las principales razones para acudir este domingo a la manifestación en la plaza de Colón: demostrar que somos muchos los que nos acordamos de lo que ocurrió y de sus protagonistas y, de paso, hacer más difícil la desmemoria de los que quieren borrar la verdad de su cerebro… y de paso del nuestro.
La otra es que, aunque veo prácticamente imposible impedir que el felón de Sánchez conceda los indultos, la agenda de ruptura de los separatistas que el PSOE ha asumido va mucho más allá: hace unas semanas decía en estas mismas páginas que prefería el perdón a que se cambiase el código penal para hacer más fáciles los futuros golpes, pero es que resulta que vamos a tener las dos cosas. Y Salvador Illa habla ya sin tapujos de un referéndum que, ya se lo digo yo, no será sobre el color con el que pintar la plaza de Chinchón.
Por último, entiendo el desánimo y que nos sintamos cada vez más lejos de esta cuestión, es verdad que el separatismo es la cosa más cansina y repetitiva del mundo y cada vez se nos hace más cuesta arriba seguir sintiéndonos concernidos por la cuestión. Pero lo cierto es que lo queramos o no la cuestión nos concierne y nos concierne mucho y para ello no hace falta ser un patriota de los más convencidos: lo que se puede romper -lo que ya estuvo a punto de romperse en 2017- no es un objeto decorativo con valor sentimental, sin incidencia práctica en nuestras vidas y al que podemos tener más o menos apego, es un marco de convivencia, libertad y prosperidad absolutamente esencial. Si se rompe Cataluña y, como no puede ser de otra forma, con ella se rompe España, ustedes y sus hijos y sus nietos vivirán en una realidad mucho menos libre y rica y mucho más violenta.
No, no es un escenario apocalíptico, insisto: ya ocurrió hace menos de cuatro años y ni siquiera hizo falta que el Gobierno colaborase en el empeño como hace este, bastó con la indolencia y la estupidez de algunos. Y si entonces estuvo a punto de pasar imaginen ahora, cuando Sánchez no se quedará fumando un puro sino que está dispuesto, como decíamos, a lo que sea por un añito más en Moncloa.
Hay que pararlo primero y hay que echarlo después y para ello hay que ir este domingo a Colón. Allí les espero.