Que el régimen del 78 necesita un cambio importante es algo que opinamos muchos españoles de diversas tendencias políticas. Algunos lo pensamos sin que esto signifique negar las virtudes que ha tenido este periodo de la historia de España, que ha sido el más largo en el que hemos disfrutado de niveles razonables de libertad y el más próspero en siglos.
Otros, por el contrario, creen que es necesario demoler por completo el edificio para construir sobre las ruinas –o no, la verdad es que eso no queda claro del todo– uno completamente nuevo y muy diferente.
Curiosamente, la disyuntiva repite la que ya hubo al final del franquismo entre los que entonces eran partidarios de la reforma –cambiar una dictadura por una democracia yendo "de la ley a la ley a través de la ley"– y los que preferían la ruptura, es decir, destrozar todas las instituciones heredadas del franquismo.
Al final, como ustedes saben, se hizo la reforma que muy inteligentemente había planeado Torcuato Fernández Miranda y, como ya hemos dicho antes, la cosa fue razonablemente bien, sin ser perfecta por supuesto porque la perfección es una cualidad divina, no humana.
Sin embargo, en la España actual la reforma venía teniendo muy mala prensa: lo que estaba de moda eran las falsas soluciones radicales, el nada-de-esto-vale-para-nada y, en suma, la fórmula revolucionaria y disparatada que Podemos ofrece a la sociedad con la excusa de una crisis que, por muy dura que nos parezca, es sólo un pálido reflejo de lo que vamos a sufrir si cometemos el dislate de dar el poder a Pablo Iglesias y los suyos.
Los partidarios de la ruptura tenían un referente claro, un partido con el que identificarse –en realidad más de uno– y al que votar. Por el contrario, los de la reforma estaban ayunos de representación: o apostabas por una UPyD en pleno seppuku o, si no eras partidario de una revolución que empezase por cortar tu propia cabeza, no te quedaba más que votar al PP para evitar la riada de los de Pablo Iglesias.
Pero mi sensación es que este martes esto puede haber cambiado: tras la primera presentación del programa económico de Ciudadanos –y tras la escalada que se ve en las últimas encuestas– se diría que por fin hay un partido que represente a esos españoles hartos de la ineficacia, la corrupción y la partitocracia pero no de la democracia.
Lo importante no es que el programa en sí sea socialdemócrata, liberal o de extremo centro: lo importante es que se trata de una alternativa cabal y realizable, alrededor de la que se puede articular una propuesta seria, creíble e ilusionante. Una alternativa que, además, encarnan un líder con madera de tal y, ahora, profesionales de prestigio.
No es asunto baladí: creo que hay muchos votantes que necesitan esa opción de cambio sin cataclismos, esa renovación que no pase por la revolución, esa esperanza de acabar con lo malo sin destrozar lo mucho bueno que los españoles hemos construido en los últimos 40 años.
A partir de ahora los que quieran ruptura –que no son tantos– podrán seguir votando a Podemos; y los que quieran reforma ya tienen, por fin, a quién entregar su voto.