Estuve en la tercera presentación del programa económico de Ciudadanos, que era la correspondiente a la propuesta fiscal. Como con las anteriores, se generó un gran interés: auditorio lleno y gente en el exterior mirando arrobada las intervenciones de Garicano y, sobre todo, Albert Rivera, que cualquier día entra en Madrid a lomos de una borriquilla y entre palmas.
Admito que me lo temía, que era bastante previsible, pero lo cierto es que esta propuesta es la que menos me ha gustado de lo que lleva explicado el partido de Rivera, que, hasta ahora, con altos y bajos, aciertos y dudas, está presentando una propuesta en conjunto razonable y coherente.
Tampoco es que la propuesta fiscal que describió ayer Garicano sea una locura totalmente carente de coherencia, pero parte de un par de supuestos que personalmente no puedo soportar y que, en general, considero nocivos: la necesidad de "recaudar lo mismo" y la fe en la lucha contra el fraude fiscal que solo puede tener un inspector de Hacienda como Francisco de la Torre, que está, permítanme la humorada, sediento de la sangre fiscal del contribuyente, como buen profesional de lo suyo que es.
Pero yo no me creo, sobre todo porque no ha pasado nunca, que esa denodada lucha contra el fraude pueda suponer recaudar 20.000 millones más, y ese adanismo de "todos lo han hecho mal hasta ahora pero nosotros lo haremos bien" también me parece muy poco serio.
Por otra parte, no soy capaz de dejar de ver esas feroces persecuciones del fraude como lo que siempre acaban siendo: salvajes razzias contra los contribuyentes, que somos usted y yo, o las empresas que tenemos o que nos pagan, que es casi lo mismo. Y yo, entre el contribuyente, que es el débil, y el Estado poderoso, quiero estar del lado del débil.
Además, y esta es una de las pocas cosas en las que me siento solidario con mis conciudadanos, cuando se dice que el Estado va a ingresar lo mismo significa que los mismos vamos a pagar lo mismo, de una forma u otra y con un reparto que cambiará muy poco, y yo esperaba –aunque esto probablemente era más ilusión que pensamiento racional– que parte del mensaje fuese sobre reducir un poco el monstruoso tamaño del Estado y por tanto el gasto y por tanto lo que tan dolorosamente se extrae de nuestros asaeteados bolsillos.
Sin embargo, habiendo dejado claro estos problemas y recordando otros, como la ridícula insistencia en mantener un impuesto de sucesiones inútil, impresentable y en el que pienso que ni ellos creen, sigo convencido de que, de no cambiar las cosas, Ciudadanos será el voto más razonable en las elecciones generales de finales de año.
Y no sólo porque incluso en esta propuesta fiscal haya alguna cosa positiva -la bajada del IRPF, por ejemplo-, sino porque en conjunto Ciudadanos se está esforzando en algo que, desgraciadamente, es excepcional en España: presentar un programa serio que puede cumplirse y con el que se solucionarían bastantes de los problemas de este país. Un programa con propuestas realistas que en ocasiones no les van a dar votos, que serán polémicas, y que en muchos casos no nos gustarán, pero que no son el populismo tóxico que otros tratan de colar como mágico bálsamos de Fierabrás.
Lo sorprendente y paradójico es que entre los viejos partidos instalados en la desideologización zapatero-rajoyana y, sobre todo, tras el desistimiento del PP de la política y el cumplimiento de los programas electorales, un pequeño partido de provincias con un líder carismático esté convirtiéndose en la propuesta electoral más seria de todo el panorama.