Cuando un compatriota se veía encarcelado fuera de nuestras fronteras y su caso se hacía público, cualquier excusa servía para que un sentimiento de solidaridad recorriese el país. Incluso si se trataba de presuntos asesinos crueles, desde los medios, los partidos y la sociedad en general se reclamaban revisiones judiciales, se criticaba al país que lo mantenía preso o se recaudaba dinero para pagar carísimos abogados.
Esa tradición, que no les voy a negar que pudiese ser en parte cuestionable, parece haber terminado con el caso de Ángel Carromero, y se ha roto por todos los eslabones posibles de la cadena.
En primer lugar, el joven del PP ha sido considerado un peligrosísimo criminal por tener un accidente de tráfico en un país cuyas carreteras distan mucho de ser las Autobahn alemanas. Ni siquiera se le ha concedido el beneficio de la duda, como sí se concede, por ejemplo, a aquellos que son cazados en un aeropuerto del Tercer Mundo con droga en la maleta. Además, se ha comprado sin ningún problema la versión de los hechos de una de las más repugnantes dictaduras del mundo, un régimen que no ha dudado en manipular la justicia contra los suyos –y no me refiero al pueblo sino a los propios hijos de la revolución–, además de haber generado uno de los sistemas represivos más perfectos del siglo XX.
Por último, ya con Carromero en España, las críticas se han mantenido e incluso se han intensificado, y ni siquiera se han librado de ellas gestos que, más allá de su significación política, tenían un lado obviamente humanitario, como la visita a la cárcel de Esperanza Aguirre.
La persecución ha seguido el patrón que mueve prácticamente todo lo que ocurre en la izquierda española de un tiempo a esta parte: comienza en internet y las redes sociales jaleada por tres o cuatro gurús de la cosa para, después de una explosión más o menos llamativa y, quizá, aparecer por El País, ser adoptada por el PSOE.
En este punto, la indignidad llega a un grado excesivo incluso para un partido como el socialista, cuya historia ha sido un casi continuo arrastrarse por el lodo: los mismos que nos decían que "salvar la vida de De Juana Chaos" era "lo más importante"; los mismos que han apoyado como un solo hombre el escandaloso timo del Bolinaga terminal; los mismos que, en suma, despidieron en la puerta de la cárcel a dos altos cargos condenados por un delito de terrorismo de estado perpetrado contra un ciudadano inocente, ponen el grito en el cielo porque Aguirre haya visitado a uno de los suyos que ha vivido una desgraciada odisea.
Todo aquel que me conoce sabe lo que opino de las juventudes de los partidos, y hay muchas cosas de la vida política de Carromero que me merecen un juicio severo, pero de ahí a aprovecharse de su desgracia para obtener una ínfima ventaja política hay un trecho que sólo se puede recorrer siendo un carroñero de la política... y teniendo una malísima memoria. Pero para eso estamos nosotros, para no olvidar cosas como esta: