Anda la prensa biempensante española escandalizada porque una pareja de ciudadanos americanos, concretamente de la ciudad de San Luis, salió a la puerta de su casa con una pistola y un subfusil después de que unos manifestantes pacíficos de esos rompieran la puerta de entrada a la finca e invadieran su propiedad.
No ha habido medio, creo yo, que no haya destacado ese carácter "pacífico" de una protesta que, por el contrario, en todo Estados Unidos ha supuesto el derribo de estatuas, el saqueo de negocios y la destrucción de propiedad pública y privada. Sin embargo, nadie parece haberse parado a pensar por qué esos manifestantes se han mantenido a una prudente y apacible distancia. Yo les propongo una tesis alocada: ¿y si toda esa paz se ha debido, precisamente, a las armas que blandían los McCloskey sin demasiada pericia?
Lo cierto es que en España, gracias a los medios –y puede que también un poco a nuestra historia más o menos reciente–, el común de la gente tiene un miedo un tanto irracional a las armas. Un miedo, o respeto si quieren, que incluso estoy dispuesto a admitir que pueda tener algo de sano: a mí mismo las armas y su exhibición no me gustan, incluso aunque estoy a favor de la libertad de portarlas.
Sin embargo, en sólo unos minutos de vídeo esa pareja americana nos ha demostrado de forma clara y rotunda la utilidad de las armas: lograr por ti mismo que los violentos se tornen pacíficos, especialmente cuando el Estado ha abandonado su esencial función de protegerte.
Supongo que muy a su pesar, pero los McCloskey nos han enseñado otra cosa igual o más importante: que la propiedad es la base, incluso simbólica, de la libertad, que sin una no hay otra y que defendiendo la primera se está luchando por la segunda.
Pero ninguna de estas cosas ha impresionado a los medios de comunicación españoles, que con escasas y honrosas excepciones han pintado a Mark y Patricia McCloskey como dos lunáticos que han salido a provocar a unos pobres pacifistas que pasaban por allí por casualidad. Que sí, que ustedes saben tan bien como yo que eso es mentira, igual que lo saben todos los que lo han escrito… y ese detalle insignificante no les ha impedido hacerlo.
Esa es la tercera lección que indirectamente nos ha dado el vídeo protagonizado por los McCloskey: el desprecio por la verdad de una prensa que aquí y allí sufre una gravísima enfermedad moral que le hace presentar a los villanos como héroes y a los héroes como villanos.
¡Y encima en esta ocasión los héroes iban armados! Qué poco debe de haber faltado para que a más de uno le estallase su biempensante (pero pocopensante) cabeza.