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Amancio Ortega y el complejo de inferioridad de la izquierda

Cuanto más ejemplares son los ricos, mayor es el odio que les profesan Iglesias y sus adláteres, porque más inferiores se sienten. Y ahí no les vamos a quitar la razón: lo son.

Cuanto más ejemplares son los ricos, mayor es el odio que les profesan Iglesias y sus adláteres, porque más inferiores se sienten. Y ahí no les vamos a quitar la razón: lo son.
Amancio Ortega | Gtres

Una de las cosas más obvias que se pueden decir de Amancio Ortega –el creador y mayor propietario del imperio Inditex– es que es rico, de hecho podríamos decir que es asquerosamente rico, en una expresión cuyo éxito en nuestro idioma me parece tan triste como revelador.

Sin embargo, hay otras facetas de Ortega que creo que en el fondo son más relevantes que su fenomenal fortuna: su capacidad empresarial y cómo ha cambiado en todo el mundo un negocio como el de la fabricación y distribución de ropa; el haber hecho posible que decenas de miles de personas –casi 50.000 sólo en España– se ganen honradamente la vida; su más que notable labor caritativa, que desarrolla, a través de su fundación, en un campo tan importante como el de la salud, y además apostando por los centros públicos, al alcance de todos…

Ninguno de estos logros de Amancio Ortega, ninguna de sus virtudes y ni siquiera sus orígenes extremadamente humildes han logrado reblandecer el corazón de una izquierda que santifica el pago de impuestos como único deber patriótico, pero que pasa de puntillas por las cantidades absolutamente astronómicas que el propio Ortega y su empresa ingresan anualmente a Hacienda: más de 1.600 millones pagó en impuestos Inditex sólo en España y sólo en 2018, cantidad muy por encima de lo que pagarán todos los cargos públicos de Unidas Podemos y sus confluencias durante toda su vida.

Da igual: la izquierda rencorosa que tan bien encarnan Pablo Iglesias y sus adláteres sólo se siente satisfecha con la confiscación total, con el "exprópiese". La única justicia social que les gusta es la apropiación absoluta, porque en realidad les mueve mucho más el odio de clase que la defensa de los supuestos intereses de unos trabajadores de los que están a una distancia aún mayor que la que separa Galapagar de Vallecas. Así ha sido, así es y me temo que así será: es lo que nos enseñan los últimos 170 años de historia, desde Marx hasta hoy.

Personalmente, creo que buena parte de este rencor es fruto de un complejo de inferioridad que muchos líderes de izquierda no pueden superar y que, paradójicamente, es perfectamente compatible con su descomunal complejo de superioridad moral. Algunos lo sufren por no haber sido parte de los elegidos por la fortuna para heredar una posición privilegiada, a otros les ha entrado precisamente por disfrutar de unos privilegios que en el fondo saben que no merecen. En cualquier caso, ni unos ni otros se distinguen tanto por defender a los pobres como por odiar a los ricos, y cuanto más ejemplares son éstos –es literalmente imposible ponerle un pero al éxito y el patrimonio acumulados por Amancio Ortega–, mayor es su odio, porque más inferiores se sienten.

Y ahí no les vamos a quitar la razón: lo son.

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