Vaya por delante que entiendo humanamente las preocupaciones de los agricultores, y no puedo menos que solidarizarme personalmente con ellos: está claro que su situación es difícil y que el suyo es uno de los sectores a los que la economía moderna no trata demasiado bien.
Dicho esto, creo que están equivocándose en muchas cosas y que esos errores les van a perjudicar gravemente... y a largo plazo es posible que a todos los demás. En primer lugar, porque reclamar que el Gobierno establezca el precio de los productos agrarios es un auténtico disparate: como bien nos enseña Antonio Escohotado en su monumental Los enemigos del comercio, el control de precios ha sido una catástrofe todas y cada una de las veces que se ha puesto en marcha: desde el Imperio Romano a la República Bolivariana de Venezuela, no ha habido ocasión en la que no haya terminado en desabastecimiento, pobreza y, casi siempre, violencia.
Pensar que lo que siempre ha ido mal ahora va a ir bien porque somos más listos o más trabajadores o porque nos lo merecemos más me parece una idea propia de podemitas y, por tanto, básicamente estúpida y equivocada, por muy buenas que sean las intenciones que haya detrás.
Por otro lado, que los agricultores recurran a la violencia me parece todavía peor. Y sí, cortar pacíficamente las carreteras y colapsar una comunidad autónoma, tal y como están amenazando hacer, es violencia; impedir la libre circulación de personas y bienes es violencia, tratar de imponer con medidas ilegales la adopción de iniciativas políticas es violencia.
Y además, es una barbaridad que se les volverá en contra: este Gobierno cuenta con apoyos mediáticos más que de sobra para resistir una situación así. Si se creen que Ferreras, Évole y Pastor les van a estar regalando minutos de televisión para reivindicarse y exponer sus problemas, están más que equivocados: eso pasaba con Rajoy pero no va a pasar con Sánchez y los condes de Galapagar en el Gobierno. No va a pasar.
Lo único que van a conseguir va a ser ir generando rechazo en la opinión pública, lo que hará más difícil que se asuman sus peticiones y acabará por dar al Ejecutivo la fuerza moral suficiente para acabar con las protestas como sea. Y eso será lo que hará en cuanto Iván Redondo piense que le conviene. Y si alguien cree que no será así, que recuerde el éxito perfectamente descriptible de la última huelga del taxi en Madrid, que encima fue contra un Gobierno muchísimo más débil que el de Sánchez.
No, definitivamente a los agricultores no les conviene hacer el taxista.