La propaganda es una maquinaria incesante a la que no se puede dejar de alimentar porque se gripa en cualquier momento, dejando alguna que otra fisura por donde se cuelan la disidencia, el pensamiento crítico, la simple naturalidad, la bondad, el sentido común y la honradez.
Los que nos dedicamos algo a la publicidad sabemos de lo perverso de su naturaleza. La mala gente que podemos llegar a ser dirigiendo e inoculando debidamente el mensaje adecuado, el producto a vender. La propaganda interesa que sea omnívora y de alta y baja intensidad. Inhalada, bebida o en supositorios. Por tierra, mar, aire y hasta molida en los polvorones a modo de edulcorante. Cosas de trazo grueso y de muy mal gusto, como la imagen compartida por Sandra Gómez, vicealcaldesa de Valencia todavía a estas horas en las que escribo, y que mejor no comentar tampoco mucho en estas fechas de recogimiento por lo que tiene de indigencia intelectual. O más evidentes, como poner el logo gigante del Gobierno de España [el logotipo siempre muy grande, que se vea] en una caja muy pequeñita de vacunas. Que parezca que el mismísimo Pedro Sánchez, ese hacedor de milagros, la viniera arrastrando a cuestas desde muy lejos. ¿Qué luce a lo lejos, allí en lontanza? Es el Presidente, arremangado y en mono de faena, con una caja al hombro. Un nuevo Atlas portando la esperanza del mundo. Y eso que a medio camino se paró a compartir bocata con los camioneros españoles atrapados en Dover. Qué hombre, y qué guapo. Mr. Handsome President. Lo que él no pueda.
Noventa y seis años. Doña Araceli Hidalgo [el apellido ya anticipa nobleza] se santigua antes de la banderilla para posteriormente agradecer a Dios ser la primera vacunada de España. NI-NO-NI-NO-NI-NO. ¡¡ALERTA!! ¡¡ALERTA!! Saltan todas las alarmas. Gritos en las redacciones. Crujir de dientes. Dolor de pecho, luxaciones, cefaleas, vómitos, toses, fiebre alta. La primera, y en toda la frente. Pues no va y les sale rana. Sin escupir un mal hueso de aceituna la señora Araceli gana para la esquina facha el primer round histórico de las grandes batallas culturales en esta nueva era vacunil. A Pablo Iglesias se le corta el capuchino con leche de soja de los domingos y tiene que parar, con desgana y mala hostia, alguna de sus series. Iván Redondo se tira fuerte de la melena ante el imprevisto. Teléfonos rojos ardiendo. Columnistas muy de bajona porque se les viene abajo la épica que ya tenían redactada. Cómo es posible el descuido. ¿Pero esto qué es? Vaya patinazo. Y toda España pegada a la pantalla. Luto en el periódico El País, que anda metiendo a Doña Araceli en el lado de la extrema derecha influencer. Llantos en La Sexta, donde deciden parar un especial cara a cara del enfermero de Podemos con la mismísima Araceli. “Corta, corta, no vaya a ser que diga que es también seguidora de José Tomás y para qué queremos más”. Y así podríamos estar toda la tarde.
Día negro para el rojerío mediático. Oportunidad al limbo. Mr. Handsome President es incapaz de felicitar la Navidad, esas neofiestas del afecto, y sin embargo Araceli se santigua. Revés. Hostia abierta a Handsome y alrededores. El poder de lo simbólico.
El ánimo, el agradecimiento. La naturalidad de todo un siglo entre pecho, espalda y el andador que le ayuda a caminar. “Un picorcillo”. El futuro se antoja incierto pero este domingo lo inaugura en nuestro país una mujer con una sencillez optimista delante del siempre patético espectáculo de cámaras. Ante la afilada propaganda. Hacemos propio ese picorcillo suyo cargado de fe y esperanza. “Ha sido usted, la primera”. “Gracias a Dios”. “¿Gracias a Dios, verdad?”. “Gracias a Dios”.