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Carlos Alberto Montaner

Una mujer en la Casa Blanca

¿Está preparada la sociedad norteamericana para elegir a una mujer? Supongo que sí. Lo que está menos claro es si elegirían a un empresario.

Por razones contrarias, Carly Fiorina y Donald Trump fueron los personajes centrales de los dos recientes debates republicanos. Es posible que este primer evento público haya descarrilado totalmente la candidatura de Trump a la presidencia, pero ha servido, en cambio, para potenciar seriamente la de Fiorina.

Fiorina fue la más distinguida dentro de su grupo de siete aspirantes, de acuerdo con el 83% de los encuestados. Trump, en cambio, decepcionó a un número considerable de los republicanos congregados por Fox para evaluar los resultados del debate. Al focus group le pareció un tipo desconsiderado, superficial y avasallador. You are fired pudieron decirle al final de la discusión. Está usted despedido.

Sin embargo, tienen puntos de convergencia. Ni Fiorina ni Trump son políticos profesionales. Ambos provienen del mundo empresarial, disfrutan de una holgada situación económica y han sido educados en buenas universidades. Trump reivindica una fortuna personal de 4.000 millones de dólares, pero es tal el embrollo de sus múltiples negocios que es difícil saberlo con precisión.

Entre 1999 y 2005 Fiorina fue la CEO o presidente de Hewlett-Packard, una gigantesca corporación tecnológica creada en el mítico garaje de Silicon Valley (California) en 1939 por los dos ingenieros que le dieron nombre. La empresa tiene hoy 300.000 empleados, opera en medio planeta y vende 111.000 millones de dólares anuales, una cifra mayor que el PIB de más de 100 países.

En su momento, la Junta de Accionistas despidió a Fiorina, le pagó 40 millones de dólares como compensación y aclaró que prescindía de ella por su estilo de gerencia y no por sus resultados.

Donald Trump es una conocidísima personalidad de la televisión y un empresario notable de bienes inmuebles, casinos, concursos de belleza, libros y otras múltiples actividades, incluida una línea de ropa de hombre. Su nombre se ha convertido en una marca asociada a su extraña pelambre rubia, que muchos piensan (erradamente) que es una inverosímil peluca. Nadie elige un nido de pájaros para simular una cabellera.

Trump tiene una docena de bancarrotas a sus espaldas, una complicada biografía genital compartida con diversas señoras estupendas y un historial sospechoso de pleitos civiles y penales que mantienen al FBI en vilo permanente, aunque nunca, creo, lo han acusado formalmente de nada.

Demandó al comediante Bill Maher porque éste dudó de que pudiera demostrar que no era hijo de un orangután. La maliciosa falsedad era fácil de desmentir: Trump ha hecho del exabrupto y el insulto su manera más eficaz de instalarse en los titulares de los medios, mientras los orangutanes suelen ser gentiles, silenciosos y algo melancólicos. Por ahí no van los genes.

Aunque es demasiado temprano para hacer cábalas, si Hillary Clinton es la candidata de los demócratas –lo que cada día parece más improbable, dado el creciente escándalo de los emails perdidos–, acaso se enfrente a Fiorino. De esa manera no habría la menor duda de que en el 2017 Estados Unidos tendría una dama sentada en la Casa Blanca.

En todo caso, ¿está preparada la sociedad norteamericana para elegir a una mujer, demócrata o republicana? Supongo que sí. El gran legado de Barack Omaba no es su obra de gobierno, que tiene aspectos positivos y negativos, sino el hecho mismo de que fuera elegido y reelegido. Tras sus dos triunfos consecutivos no queda duda de que los votantes norteamericanos son mucho más aceptantes de lo que sostenía el prejuiciado estereotipo.

Lo que está menos claro es si elegirían a un empresario. Los 44 inquilinos que hasta ahora se han hospedado en la Casa Blanca generalmente han sido militares, abogados, ingenieros, políticos en ejercicio, un sastre, un maestro y un actor, pero pocos empresarios, y los que han tenido esa experiencia no han poseído o dirigido grandes compañías, sino pequeñas entidades generalmente vinculadas a la producción agrícola.

En los comicios de 2012, cuando Obama se enfrentó a Mitt Romney, un inversionista mormón grande y exitoso, uno de sus argumentos más eficaces fue que los empresarios están adiestrados para maximizar sus beneficios y no para identificar el bien común.

Supongo que si la candidata republicana es Fiorina tendrá que hacer frente a ese ataque. Tal vez responda que hay principios generales de la economía que funcionan en todos los ámbitos.

Dirá, por ejemplo, que los empresarios saben cómo controlar los gastos, aumentar la productividad y propiciar la generación de empleos rentables en el sector privado, algo que les está vedado a los organizadores sociales, mucho más preocupados en crear redes clientelares alimentadas por los presupuestos públicos.

Será muy interesante ese nuevo debate.

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