El Medio Oriente, desgraciadamente, siempre es noticia y por malas razones. Parecía que la Autoridad Palestina e Israel habían llegado a un acuerdo forjado por John Kerry, el secretario de Estado norteamericano, pero, sorpresivamente, los palestinos renunciaron a lo pactado. ¿Por qué? Bueno, esencialmente, porque la Autoridad Palestina se niega a reconocer el derecho a existir de Israel como un Estado judío.
Evidentemente, se trata de un burdo pretexto. Claro que Israel es un Estado judío, aunque allí viven 1.200.000 árabes, de un total de siete millones y medio de habitantes; estos árabes son ciudadanos de ese país, votan y tienen representantes en el Parlamento, y quizás son los árabes más libres del mundo.
Esto es exactamente lo que dice la resolución 181 de Naciones Unidas, promulgada en noviembre de 1947, que dio origen oficial a la creación de dos Estados: uno judío y otro árabe. La resolución, aprobada por 33 votos a favor, 3 en contra y 10 abstenciones, no habla de un Estado israelí, sino de un Estado judío. Los judíos aceptaron la partición del territorio y los árabes no lo admitieron. Por el contrario, cinco países árabes le declararon la guerra a los judíos e invadieron el país. Los judíos respondieron heroicamente y lograron derrotarlos; esto ocurrió en 1948. ¿Por qué los judíos pelearon con tanta determinación? Precisamente porque sabían que ésa era la única y última oportunidad que tendrían de construir un refugio para protegerse del antisemitismo.
Durante la Segunda Guerra Mundial los nazis habían asesinado a seis millones de judíos europeos en los campos de exterminio, y ya éstos habían comprendido que, cuando comenzaban las persecuciones, muy pocas manos se extendían para ayudarlos. El antisemitismo era una costumbre muy vieja; a veces se manifestaba como expulsiones y otras como linchamientos y asesinatos masivos. Los cruzados se entretenían matando judíos en Europa mientras marchaban a Jerusalén. En 1290 fueron expulsados de Inglaterra. En 1391 había habido una masacre de judíos en España y, un siglo más tarde, en 1492, los desterraron del país: unos 150.000 tuvieron que huir velozmente; aunque no hay un acuerdo sobre el número total, debe de haber sido más o menos esa cantidad. A partir de ese momento, los persiguió la Inquisición. En el siglo XVII, el deporte de los cosacos en Ucrania y en Polonia era matar judíos. Los rusos los persiguieron en el XIX; incluso la palabra pogrom viene de aquellos tiempos. En Europa vivían encerrados en guetos hasta que Napoleón les abrió las puertas.
Es perfectamente natural que un pueblo que ha sido maltratado durante tantos siglos trate de protegerse. Por eso el Estado de Israel comienza como un hogar judío. A fines del siglo XIX, Teodoro Herzl, un judío abogado y periodista húngaro de cultura alemana, indignado por el antisemitismo que ve en toda Europa y, concretamente, en Francia, propone la creación de un país-refugio para los judíos, dado que era imposible la asimilación por las constantes persecuciones antijudías. Él mismo ni siquiera pudo ser, por ejemplo, juez, porque era judío. Fue entonces, desde fines del siglo XIX, cuando comenzaron a comprar tierras en Palestina y a estimular la emigración judía hacia ese territorio que, por cierto, había sido la gran patria hebrea en el pasado y nunca había dejado de tener cierta población judía.
En definitiva, no sólo es legítimo: también es justo que exista un Estado judío. Cuando los árabes lo acepten será más fácil que también surja un Estado palestino. Los judíos desean que se cree ese Estado palestino, pero pacífico y respetuoso de la existencia del Estado judío.
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