En España, el líder político comunista-chavista Pablo Iglesias está desconcertado porque no sabe exactamente la causa de su caída en las encuestas y la razón por la que salió tan mal en su debate con Albert Rivera, el líder liberal de Ciudadanos.
A mi juicio, una parte sustancial del creciente rechazo a Iglesias tiene que ver con su apariencia.
La imagen progre y antisistema que le sirvió para catapultarlo a la cabeza de los indignados, como se llamó a las personas que se manifestaron en España contra la crisis económica y el paro, hoy le perjudica y lo aleja de la dirección del país.
¿Cómo es esa imagen?
Pablo Iglesias es un joven desaliñado, delgado, con una barba leninista más bien rala, ligeramente encorvado, con aspecto desaseado y enfermizo, aunque quizás no lo sea, que suele vestir siempre en mangas de camisa, sin chaqueta, con el cabello largo anudado en la nuca como una especie de cola de caballo.
Es muy difícil que los españoles encuentren presidenciable a nadie con semejante apariencia.
Y no es por la juventud. La democracia española ha elegido casi siempre a presidentes muy jóvenes. Lo era Adolfo Suárez. Lo fueron Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero. No lo es Mariano Rajoy a sus 60 años, y ello comienza a ser un problema para su reelección. Por eso, entre otras razones, sube como la espuma Albert Rivera.
Como todos los pueblos del mundo, la mayor parte de los españoles asocian los cargos a una cierta forma de vestir. En el teatro clásico se le llamaba decoro a la congruencia entre la apariencia, el comportamiento y el cargo que se ocupaba. Uno espera que los reyes o los jefes de gobierno vistan de cierta manera y proyecten una apariencia decorosa.
Es difícil imaginarse a Pablo Iglesias al frente del gobierno español con esa coleta, ese desaliño y esa forma de vestir, recibiendo al presidente de Francia o al primer ministro de Inglaterra, o dirigiéndose a la nación para afrontar una crisis.
Los jefes de gobierno o los reyes forman parte de la imagen nacional. Son el mascarón de proa de esa nave y es importante que guarden una cierta compostura. No se trata de ser más o menos apuesto. No es cuestión de fealdad o de hermosura, sino de propiedad en la manera de comparecer ante los otros.
Hoy, que todo se mide, sabemos que existe un riesgo país y, al mismo tiempo, una imagen país que incide en la llegada de turistas, de inversiones extranjeras y hasta en los intereses que nos cobran.
Es muy conveniente ser un país serio y parecer un país serio. Eso, inevitablemente, se relaciona con la imagen del presidente. La de Pablo Iglesias es nefasta.
NOTA: Este texto es la transcripción de un comentario radiofónico elaborado para esRadio.