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Aparicio Caicedo

El 'reality' bananero

El escándalo por la censura y la persecución contra medios de comunicación sucede mientras Ecuador se sumerge en el tribalismo económico más anacrónico. La carga tributaria ha subido sustancialmente y el gasto público llega a niveles históricos

El juicio de Rafael Correa contra El Universo ha sido una maratón del absurdo. Un circo romano posmoderno. Luego de que obtuvo el fallo definitivo en su favor, el César andino se tomó una semana para decidir si bajaba el pulgar, o lo subía. Estaba atrapado. La opinión del mundo entero se puso en su contra, y sabía que no podía seguir con un proceso que violaba las más mínimas pautas del sentido común. No hace falta ser un académico para percatarse de que una condena por injuria a tres años de cárcel y cuarenta millones de dólares, contra el autor de un artículo y los directivos del diario, está fuera de toda proporción conocida. Al final, el mashi (“compañero”, en quechua, como le gusta que le digan) decidió perdonar y pedir al juez que archive la sentencia.

Si tan solo hubieran guardado las formas, quizá se habría salido con la suya. Pero el despropósito fue demasiado burdo. Se pegó un tiro en el propio pie, e intentó salir caminando, para que lo aplauda la galería, aunque ya fuese tarde para recomponer su imagen exterior. 

Así termina la primera temporada de un reality show que empezó el 30 de septiembre de 2010. Ese día, una protesta policial se convirtió en una crisis nacional gracias a la imprudencia de Correa. En una de sus recurrentes rabietas, al presidente no se le ocurrió nada mejor que meterse en medio de un cuartel de policía alzado en huelga. Al ver que los reclamantes seguían increpándolo, perdió los cabales en medio de gestos ridículos, cursis y desafiantes. La situación se descontroló, y Correa tuvo que alojarse en un hospital aledaño. Ahí se mantuvo, sitiado por los manifestantes. A pesar del “secuestro”, pudo decretar la censura de todos los medios privados, ordenándoles que se conecten a la señal del canal del Gobierno, y pudo también recibir la visita continua de sus colaboradores. Ocho muertos hubo en el país ese día, dos de ellos en la operación de rescate ejecutada para salvarlo.

Desde ese momento, las hordas propagandísticas del gobierno aprovecharon para empezar una caza de brujas mediática contra todo lo que se moviese. Intentaron vender la disparatada tesis de un intento de golpe de Estado. Culparon a la “extrema derecha”, a los orcos neoliberales, a los medios privados, a los partidos de la oposición, y hasta al chupacabras. Pero no fueron capaces de probar nada, hasta el día de hoy. Metieron en la cárcel a algunos policías insurrectos, calumniaron de “golpistas” a todo aquel que los criticó. Los enlaces televisivos de Correa se trasformaron desde entonces en una feria de elucubraciones, deshonras e insultos. Él decía que demandaba como ciudadano, no como presidente (sí, así de alucinante era la situación).

Un día el director de opinión de El Universo, Emilio Palacio, escribió un artículo ciertamente subido de tono, donde sugería que Rafael Correa había ordenador disparar a civiles para rescatarlo, cometiendo así un crimen de lesa humanidad. Aprovecharon el escrito y agarraron a su responsable como chivo expiatorio. Y ahí comenzó un juicio surrealista, lleno de irregularidades. El Gobierno no escatimó recursos en difamar día y noche a todo aquel que osó criticar su actitud. El proceso fue una parodia propia de Chaplin.

Y todo esto pasa mientras Ecuador se sumerge en el tribalismo económico más anacrónico. La carga tributaria ha subido sustancialmente. El gasto público llega a niveles históricos; de hecho, es de los más altos de América Latina en relación al PIB. La política arancelaria ha optado por el ostracismo, premiando la falta de competitividad de los empresarios locales. Se reparten puestos con buenos sueldos en una maraña creciente de agencias burocráticas. Se otorgan subsidios por todas partes. Ya ni el dinero del petróleo alcanza, y hay que pedir prestado. Casi no queda ámbito de la vida que no esté sujeto a regulación. La empresa privada se contrae, y solo se expande en aquellos sectores dependientes del leviatán estatal. 

Como lo certifica la propia CEPAL, la inversión extranjera huye en estampida, a contracorriente de lo que sucede en Colombia, Uruguay, Brasil, Chile o Perú. La pobreza ha disminuido, sí, pero lo mismo ha pasado en el resto de la región. La diferencia es que Ecuador no aprovecha la racha y erosiona las bases de su prosperidad en el largo plazo, con las mismas recetas mesiánicas que lastraron el crecimiento del continente en el pasado. Esto se corroboró recientemente con el informe Panorama de Inversión Española en Latinoamérica 2012, el cual señaló el optimismo de los empresarios ibéricos con relación al futuro de América Latina, con la excepción de Ecuador, Bolivia y Venezuela, “mercados que suscitan más dudas en cuanto a su evolución económica”. Me pregunto qué tendrán en común estos tres.

Pero mientras la fiesta sigue y el dinero ajeno rueda, los votos se compran con subsidios. Además, muchos empresarios locales están muy cómodos con los contratos públicos millonarios y los aranceles proteccionistas adoptados. Y si el precio del petróleo lo permite, esto no tiene por qué acabar pronto.

El Universo fue uno más de muchos chivos expiatorios que han servido para avivar a las masas contra el “gran capital”, en términos del mashi. El pueblo quiere sangre (de la prensa, de los ricos, de la oposición, de quien sea), y mira el espectáculo con morbo guillotinesco. Correa sabía que tenía la opción de teatralizar con un perdón público. El mashi magnánimo, cómo no. Y así lo hizo. Y en esta estamos, hasta que se estrene la nueva temporada del reality, y el petróleo dé para pagarlo. 

El Sr. Caicedo es doctor en Derecho y Ciencia Política, miembro del Instituto Juan de Mariana.

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