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Antonio Robles

Vinícius Júnior, para comérselo

Ternura. Esa fue la suave caricia que transpiraba Vinícius Júnior en la entrevista que le hicieron tras el 3-1 del Real Madrid-Liverpool de la Champions League.

Ternura. Esa fue la suave caricia que transpiraba Vinícius Júnior en la entrevista que le hicieron tras el 3-1 del Real Madrid-Liverpool de la Champions League.
EFE

Ternura. Esa fue la suave caricia que transpiraba Vinícius Júnior en la entrevista que le hicieron tras el 3-1 del Real Madrid-Liverpool de la Champions League.

Hacía mucho tiempo que no veía reflejados en la mirada, en las respuestas de un jugador profesional, los ojos de un niño, la inocencia de un niño, la felicidad de un niño emocionado por correr tras una pelota. Para comérselo. Estar en la élite del fútbol y conservar esa ingenuidad maravillosa que siembran la noches de Reyes en todos los niños del mundo es la mejor de sus galopadas.

Saturados de leyendas forzadas por el insaciable mundo del fútbol, de engreídos malcriados por la fortuna de un contrato millonario, de medios empeñados en estirar el chicle a adolescentes deslumbrados por su propia inmadurez para que siga el circo romano dando pingües beneficios, es muy saludable ver a un chico de veinte años comportarse como un chaval de barrio agradecido por la fortuna de vivir su sueño y no creérselo.

Permítanme la obviedad una vez más. Un pase largo desde campo propio de Kroos al desmarque de Vinícius, control orientado de la pelota con el pecho y tiro cruzado a gol. Mil veces repetido, comentado, morbosamente recreado en los medios. La plasticidad de la jugada y su resolución adquiere otro color cuando sus protagonistas no te recuerdan que les debes algo. Como cada vez que Ronaldo nos perdonaba la vida por existir, o Ibrahimovic se encaraba al entrenador de turno por no inclinarse ante su altar.

Vivimos tiempos de dioses paganos vestidos de apariencias deslumbrantes, pero hechos de arcilla. Pan para hoy y hambre para mañana. Eso es lo que dura el fulgor de unos adolescentes a los que no les dieron tiempo a madurar, ni a digerir tantas grandezas sin haberlas macerado por el rigor de la realidad corriente. Alguno incluso se creyó Dios y sólo era Maradona. Una tragedia para el endiosado y un mal ejemplo para millones de niños que se quedan atrapados en el fulgor de los dioses de paja que quema hoy el fútbol como una locomotora el carbón.

Por eso, ver los ojos de ese niño de 20 años, tan expresivos, entusiasmado por el pastel que hay al otro lado del escaparate, te reconcilia con la vida real. Y con personas de carne y hueso que persiguen sus sueños a sabiendas de que han de esforzarse para merecerlos.

Cuando llegó con sólo 18 años, le juzgué por sus rasgos premonitorios en ”Veni, vidi, vici, Vinícius”.  “Antes de que le llegue la pelota, ya ha roto la empalizada con destellos eléctricos. No para el balón, lo acelera sin transición hacia la portería contraria”, decía entonces. Ahora, después de esa entrevista llena de muecas de niño inquieto y adorable, y de la noche que se consagró en el fútbol europeo, quiero remarcar su sencillez y humanidad. 

No cambies nunca, Vini. Necesitamos a gente que haga cosas maravillosas y sigan siendo personas corrientes. 

PS. “Misma Pasión”. Misa y Asensio como bandera de algo tan normal y natural, que hiere tener que recordarlo.

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