El pasado sábado, uno de los editoriales de El Mundo dedicada a la pitada que propinaron la hinchada del Bilbao y del Barça contra el himno nacional, consideraba que "hubiera sido mejor no ponerlo y que tampoco presidiera el acto ningún miembro de la Casa Real. (...) No era una buena ocasión para utilizar el himno".
Si hemos llegado hasta estos lodazales ha sido por haber renunciado desde el Estado a importunar a los nacionalistas. Hemos llegado a esto por tolerar sus chantajes y contemporizar con la esperanza de calmar a la fiera. Craso error, así consiguieron borrar la bandera de España de todos los buzones de correos, convertirla en políticamente incorrecta en mítines y manifestaciones, eliminar todo rastro de la lengua de Cervantes del callejero, sacar a los muertos asesinados por ETA por la puerta de atrás de la Iglesia mientras sus presos eran homenajeados a la luz del día; poner pasamontañas a la Policía Nacional, mientras ellos arrasaban con la kale borroka a cara descubierta, retirar los símbolos nacionales de colegios e instituciones, mientras ellos colocaban los suyos en cada rincón, incluida la estelada independentista; así consiguieron que renunciáramos a exigir documentación en castellano en las instituciones o aceptáramos acomplejados no poder estudiar en español en nuestras escuelas. Si CiU lo dice, retiramos de la nueva asignatura de Ciudadanía el estudio de los "nacionalismos excluyentes". Lo inteligente es "no echar gasolina al fuego", evitar confrontaciones, llegar a acuerdos para amaestrarlos, retrasar su ira o aprobar los presupuestos, sobre todo aprobar los presupuestos para tirar otros cuatro años.
Hoy hay dos generaciones de adolescentes que no se sienten identificados con España o su sentimiento a España se ha debilitado porque han desaparecido de sus vidas símbolos e himnos españoles. Tan elemental como imposible de entender tanta desidia en nuestros padres de la patria. De ahí el error de El Mundo.
¡Ingenuos! Hemos perdido ya demasiado tiempo en calmar las dramatizaciones del nacionalismo. El editorial no está en el discurso de su director Pedro Jota Ramírez, ni en sus convicciones sobre la primacía del Estado frente al chantaje de los nacionalistas. Un error en suma que denota hasta qué punto la carcoma del lenguaje nacionalista empapa hasta a la prensa que lo combate.
Es el mismo error que cometió Tele 5 al día siguiente en el programa dedicado a juzgar la pitada contra los símbolos nacionales. Mientras llevó a plataformas independentistas, se olvidó de las asociaciones que luchan desde hace años contra la exclusión nacionalista en Cataluña o el País Vasco. La idea que deja a los españoles que no viven en Cataluña es que aquí no hay nadie que se sienta español. En el colmo del despropósito, al único representante político partidario de España que llevaron al plató, fue Josep Anglada, presidente actual de Plataforma per Catalunya (PxC), partido de claras actitudes xenófobas que ni siquiera está representado en el Parlamento. Por supuesto, no podía faltar Pilar Rahola, uno de los apóstoles del independentismo catalán, a la que le dan cancha y le pagan bien. A veces pienso que los españoles somos bobos de solemnidad. Ni por equivocación llevan los medios de comunicación nacionalistas, privados o públicos, a ciudadano alguno que cuestione sus aquelarres nacionalistas como hace Rahola con la España Constitucional. Ni pagando ni sin pagar. Bien está que lleven a Pilar Rahola, pero estaría mejor que la equilibraran con un catalán no nacionalista para dar al espectador una oportunidad de pensar Cataluña de distinta manera. De la misma forma que los falangistas que aporrearon el himno nacional no son toda Cataluña, Pilar Rahola no es la representante de la sociedad catalana, sino una de sus variables.
Es fantástico que todos aborrezcan las formas fascistas y la inmunda octavilla que repartió La Falange en la manifestación contra la pitada por las calles de Madrid, pero es lamentable que esa indignación contra 500 nostálgicos del franquismo no sea similar contra los que fueron con piel de cordero al plató de Tele 5 mientras ejercen de falangistas el resto del año en escuelas, medios de comunicación e instituciones culturales, políticas y deportivas de Cataluña. Y estos no son 500, ni les parecen patéticos, son cientos de miles y pasan por colonizados, aunque sean los auténticos falangistas de nuestro tiempo. Es el caso del invitado de honor de Tele 5 Santiago Espot, que dirige Catalunya Acció, una de las asociaciones que promocionó la pitada, y lleva, ¡el angelito!, más de 3.000 denuncias contra establecimientos comerciales por rotular en castellano. Un auténtico chivato al modo y manera que lo fueron los delatores en la Alemania nazi.