¿Quién no se conmueve con la imagen de un bebé desamparado a merced de las olas y una madre exhausta por alcanzar una vida mejor para él?
Si hay algo que falsifica por completo la violación de fronteras de un Estado por otro y las consecuencias trágicas que puede tener para millones de ciudadanos de ambas partes es la explotación emocional de un bebé salvado del mar por un agente de la Guardia Civil. No es ese el problema, sino la tapadera de una sociedad acomodada, incapaz de enfrentarse a la dura realidad.
Somos 7.900 millones. De ellos, sólo los que viven en sociedades del bienestar se libran de la pobreza. El resto malvive en la escasez. ¿Somos conscientes de los millones de niños como él que están condenados a un destino precario? ¿Es ese el problema de Ceuta?
Según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, 2.800 millones de personas viven con menos de 2 dólares al día y mil millones más con menos de uno. De ellos, 448 millones de niños padecen desnutrición severa y 30.000 mueren cada día de enfermedades por falta de atención médica. La imagen de ese bebé en brazos del Guardia Civil, ¿acaso no carecía de las necesidades básicas unas horas antes? ¿Era ese nuestro problema el día anterior? Sin lugar a dudas, es uno de los problemas más graves de la humanidad. Pero, seamos serios, ¿es ese el problema de la invasión de fronteras en Ceuta?
Algunos medios de comunicación son peores que los políticos a los que sirven. Echan alpiste emocional a la ciudadanía y ocultan directamente la vileza de un Gobierno marroquí que no ha dudado un instante en utilizar a su gente como carnaza. A su gente más necesitada. Frente a ese Estado medieval y cruel, un guardia civil español, en representación de un Estado democrático, la salva. Me recuerda la misma imagen de un guardia civil en el 1 de octubre de 2017 protegiendo a un niño pequeño en sus brazos para evitar que su padre lo siguiera utilizando como escudo humano en medio de un tumulto. Además de sentimientos, hay reglas y leyes al servicio de los ciudadanos. Estamos ante dos modelos de comportamiento político, uno utiliza a sus ciudadanos y otro los ampara.
Vivimos tiempos de pornografía emocional. Convertimos cualquier problema accidental en un drama para revestirnos de buena conciencia. A coste cero. En lugar de dar una respuesta responsable. ¿Qué cuesta conmoverse ante la foto de un bebé desamparado? ¿Cuánto plantearse quién es el malnacido que lo ha abocado al mar?
Nunca una izquierda ha sido tan mojigata como nuestros antisistema de la CUP, nuestros santones de Bildu, nuestros nacionalistas, o nuestros populistas de Más Queremos. A coste cero. Siempre con el dinero de los demás o la soberanía de todos.
El destino de dos acontecimientos aparentemente desconectados entre sí nos debería sacar de nuestra adolescencia política. El futuro Gobierno secesionista de la Generalidad, pactado en la cárcel, se confabula para aprovechar la debilidad del Gobierno de España: "Presento mi candidatura para culminar la independencia de Cataluña y hacer inevitable la amnistía y el derecho a la autodeterminación", ha sentenciado Pere Aragonès en su discurso de investidura. En su pacto ERC-Junts ya la adoban con medidas ofensivas contra España. Quieren "convertir la Jefatura Superior de Policía de la Vía Layetana de Barcelona en un centro de interpretación de la memoria y denuncia del franquismo". O sea, expulsar a la Policía Nacional y convertir la historia de España en un fascismo sin fin. Por su parte, Puigdemont apoyaba horas antes el derecho de Marruecos a la soberanía de Ceuta y Melilla.
Con la misma determinación, Marruecos aprovecha esa misma debilidad del Estado para montarnos otro carajal y sacar tajada del chantaje, mientras sopesa riesgos en sus aspiraciones sobre Melilla, Ceuta y Canarias.
De triunfar alguno de estos desafíos, las consecuencias serían enfrentamientos, ruina y muerte. No la de un bebé y su madre, sino la de millones.