Este viernes, 1 de octubre, se entregarán los Premios a la Tolerancia, instituidos en 1995 en Barcelona. Son el reverso de la intolerancia colectiva del 1 de octubre de 2017. Los primeros premian la ciudadanía, en el segundo se jaleó el derecho a decidir contra la ley y contra el derecho soberano del resto de los españoles.
Ha llovido desde entonces, pero nada ha cambiado. Siguen mandando los mismos, y los mismos excluidos siguen siendo silenciados.
Seguramente la mayoría desconozca el Premio a la Tolerancia y, por el contrario, esté aburrida de que le secuestren todos los días el telediario con la monserga del referéndum secesionista. Una anomalía de nuestros medios, empeñados en ignorar el derecho a decidir la lengua escolar de los hijos de la otra mitad de los catalanes.
Porque durante décadas esa otra Cataluña fue ignorada. Como ahora, donde la mesa de negociación sólo se entabla con la casta desleal, en detrimento de la Cataluña leal.
No viene de ahora, este XXVII Premio a la Tolerancia ha sido y es uno de tantos vestigios de la exclusión nacionalista. Hubo un tiempo en que oponerse al nacionalismo catalanista era motivo suficiente para ser excluido socialmente bajo los estigmas al uso: facha, ultraderechista, lerrouxista, franquista, etc. Mantras que han demostrado una gran eficacia excluyente. Hubo un tiempo en que denunciar esta impostura estaba vetado en los medios. Por entonces sólo había información en papel, TV y radios. No existían ni medios digitales ni RRSS. En ese ecosistema opresivo, a los pocos que se atrevían a oponerse sólo les asistían su coraje y la honda de Goliat. Pues bien, la Asociación por la Tolerancia fue la humilde honda de Goliat contra el nacionalismo. Y su manera de legitimar mediáticamente el derecho a la ciudadanía en esa sociedad opresora fue la creación de los Premios a la Tolerancia.
La idea no surgió como un fin, sino como un medio. Puede que le reste grandeza a un premio que hoy día es respetado por sus ideas y por el elenco de sus premiados, pero la desesperación de aquellos primeros militantes neutralizados por la prensa, zaheridos por la propaganda del régimen e ignorados por la propia población necesitaba un enganche con la sociedad para expandir sus ideales. Tenían ideas razonables, pero no credibilidad social para legitimarlas socialmente. Necesitaban referentes éticos intelectuales con credibilidad y presencia mediática. La composición del jurado y los premiados podían romper el cerco nacionalista a sus ideas. Y acertaron. En realidad, buena parte de esos referentes fueron clave para crear años después Ciudadanos. No era por casualidad, Tolerancia había sido la nave nodriza de otros muchos movimientos sociales de la Resistencia.
La entrega de los premios de este año será especial. La pandemia impidió entregarlos en los dos últimos años por razones sanitarias. Por ello, el XXVI Premio Tolerancia otorgado a Dolça Catalunya (2020), y el XXVII, a Iñaki Arteta, se darán conjuntamente este viernes en el Hotel Tryp Apolo de Barcelona a las 19:15 h.
Dolça Catalunya nació en 2013 como blog, y desde entonces no ha dejado de crecer e influir. Con humor, sorna y sin casarse con nadie. Su firma es el anonimato, la manera más infranqueable para neutralizar la exclusión social de sus miembros. Hoy es el digital más leído de Cataluña. Y el más odiado por el secesionismo.
El director vasco Iñaki Arteta ha sido y es un baluarte contra el blanqueamiento del terrorismo etarra. El arte al servicio de las víctimas y de la verdad.
Estos son los 27 premiados hasta la fecha: Iván Tubau, Fernando Savater, Francesc de Carreras, Gregorio Peces-Barba, Agustín Ibarrola (¡Basta Ya!), Félix de Azúa, Albert Boadella, Baltasar Garzón, Antonio Muñoz Molina, Arcadi Espada, Rosa Díez, Mario Vargas Llosa, Carlos Herrera, Antonio Mingote, Xavier Pericay, Regina Otaola, Félix Ovejero, Victoria Prego, Inger Enkvist, José Luis Bonet, Joseba Arregi, Ana Moreno, Maite Pagazaurtundúa, Teresa Freixes, Dolça Catalunya e Iñaki Arteta.
Gracias, Tolerancia.