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Antonio Robles

¿Populismo punitivo?

Ni la prisión permanente revisable es un eufemismo de la cadena perpetua, ni es de derechas desear que un preso tenga la menor oportunidad de volver a delinquir.

Los debates en el Congreso de los Diputados sobre las pensiones y la prisión permanente revisable son dos claras evidencias de la inclinación gregaria de nuestra clase política. Está más preocupada por pavonearse de sus mantras ideológicos que dispuesta a guiarse por el libre pensamiento y la búsqueda del bien común. Es de difícil digestión catalogar de derechas el deseo científico de racionalizar el futuro de las pensiones, como insoportable llamar "populismo punitivo" al deseo de la víctima por asegurar la reinserción real del reo mediante la prisión permanente revisable.

Algo le pasa a nuestra izquierda plurinacional, muy dada últimamente al fundamentalismo piadoso. Tanto se preocupó de garantizar los derechos de nuestros presos, que se olvidó del infierno de las víctimas. Las intervenciones en contra de la prisión permanente revisable no repararon en ese detalle cruel.

Dejaré el derecho y sus rituales para visualizar la indiferencia que otorgamos a las víctimas mientras nos entregamos a la defensa incondicional de los culpables. No es esta la visión de los brutos, es la de los perplejos. No es falta de sensibilidad ni de sutileza jurídica, sino hartazgo de una sociedad adolescente cada vez más entregada a una piedad empalagosa. Justifica escraches, comprende robos, excusa agresiones, defiende chantajes, disculpa agresiones y siempre rebaja la responsabilidad del agresor frente a la víctima en nombre de la injusticia social, de la desigualdad económica, de la marginación, de los traumas infantiles o de la ignorancia de quien no tuvo oportunidades educativas. Es la edad de la piedad.

De tanto preocuparnos por garantizar el derecho a la reinserción de los malos, nos hemos olvidado de los derechos quebrados en vida de las víctimas. De tanto preocuparnos por la estética moral, nos desentendemos del derecho a la venganza emocional, aunque tal derecho lo guardemos en el alma espantados por los sacerdotes de la buena conciencia. Está bien que el Estado sea la garantía soberana para evitar la venganza y garantizar la justicia; está muy mal que quienes administran políticamente esa gestión se dediquen a satanizar el sufrimiento de la víctima cuando la víctima exige la dureza suficiente para que su dolor no haya sido ni siga siendo en vano. Y esa dureza legítima exige que el criminal demuestre arrepentimiento y propósito de enmienda, garantías de que nunca más volverá a delinquir.

La gente tiene derecho a que respeten su duelo, tiene derecho a convertir su venganza instintiva en prueba fehaciente de la reinserción de quien tanto mal le ha hecho. Y de esa manera metabolizar su dolor a través del arrepentimiento del otro. Ya está bien de satanizar la venganza, somos humanos y tenemos derecho a desahogarnos, al menos a desahogarnos con rituales donde a la víctima se le garantice el derecho a no volver a ser humillada. Ni un solo recluso que esté condenado a prisión permanente revisable debe salir a la calle sin esa garantía. La víctima ha de tener el derecho a que nadie ofenda su ira o satanice su indignación, y a exigir las máximas garantías de que quien le ha destrozado la vida sea tratado con todo rigor.

Ni la prisión permanente revisable es un eufemismo de la cadena perpetua, tal como dicen los nuevos sacerdotes de la izquierda piadosa, ni es de derechas desear que un preso tenga la menor oportunidad de volver a delinquir. ¿O acaso el concepto revisable no es la garantía que tiene el preso para disponer, por sí mismo, si quiere seguir en prisión o salir libre? ¿Acaso es cruel que siga en prisión aquel que no muestra predisposición alguna a rectificar su conducta criminal? ¿Hemos de convenir que es mejor que salga de prisión sin rehabilitarse, y no que se le tenga en prisión permanente revisable? La rehabilitación no se consigue por el mero paso del tiempo, sino por la voluntad de enmendar errores. De ahí la necesidad de la PPR en los casos de crímenes de especial crueldad.

Me pregunto qué actitud tendrían aquellas almas bellas dispuestas a limitar en el tiempo la prisión de psicópatas y violadores si el juez encargado de su libertad dispusiera que vivieran en el rellano de su escalera. O que el propio juez cargara con la misma condena que su liberado, si éste reincidiera. No sé ellos, pero yo preferiría que, antes de salir libres, hubieran enmendado sus crímenes y pedido perdón a sus víctimas.

¿Populismo punitivo? Un respeto.

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