Los microscopios sirven para ver lo que el ojo humano es incapaz por sí solo. Las metáforas tienen una función parecida. A veces no apreciamos lo evidente, y su exageración nos ayuda a tomar conciencia. Veamos su eficacia.
Félix Ovejero, para dejar sentado quién es el malvado del cuento en el forcejeo por facilitar o no la investidura de Sánchez, dejó una metáfora incontestable: "Martin Luther King apóyame que si no me voy con el KKK". Nos sirve, no sólo para hacer recaer el peso de la prueba sobre la responsabilidad final del fracaso en Sánchez, sino también para retratar su cinismo. Nada que objetar sobre el causante directo. Pero entonces, ¿Rivera no es responsable en absoluto de la amenaza de un futuro Gobierno infiltrado por agentes del Ku-Klus-Klan?
Relativicemos la metáfora de Ovejero con otra que la cuestione. La extraordinaria serie Chernobyl describe cómo la catástrofe nuclear en Ucrania puso a políticos y científicos de la URSS frente a decisiones vitales que fueron más allá de sus propios intereses y vidas. Desde la perspectiva de un futuro gobierno inquietante para España, Rivera y Sánchez, no sólo Sánchez, deberían pensar menos en sí mismos y más en el servicio que están en condiciones de ofrecer a su país.
El pacto de los socialistas en Navarra, aceptando a sabiendas que sólo podrían obtener la presidencia con el voto de nacionalistas y la colaboración imprescindible de los filoetarras de HB Bildu, retrata al personaje que hay detrás de Pedro Sánchez, pero pone blanco sobre negro lo que pudo impedir Albert Rivera, y no impidió.
Reparen que el presidente por accidente no cerró un acuerdo definitivo en Navarra hasta culminarse el rechazo a su investidura. ¿Qué Pedro Sánchez es un impostor? ¡Por supuesto! Pero Rivera pudo hacer algo por impedirlo, y no lo hizo. Mejor dicho, soñaba con que Sánchez actuara así para demostrar a todos que su decisión por el No es NO a Sánchez salía reforzado. O, dicho de otro modo, quienes pudieron impedirlo y no lo hicieron trabajaban con la hipótesis del desgaste de Sánchez, antes que con la defensa del bien común de España. Hasta Pablo Casado accedió a reunirse con él dispuesto a pactar cuestiones de Estado.
En la serie Chernobyl, algunos responsables políticos, científicos y obreros especializados, desbordados por la inminencia del infierno radiactivo, y a sabiendas que su implicación en la clausura de la central implicaba necesariamente reducir sus expectativas de vida a cinco años, incluso a una muerte inmediata, actuaron con responsabilidad y generosidad por el bien de todos sus compatriotas. El azar puso a muchos ante esa tesitura, unos siguieron haciendo política partidista con miserable irresponsabilidad, y otros supieron estar a la altura.
Que Pedro Sánchez no tiene escrúpulos, lo acaba de demostrar una vez más en Navarra y en Badalona, pero precisamente porque no los tiene, alguien con capacidad operativa y sentido de Estado debe procurar que el tarambana elegido por el pueblo para dirigir este país los próximos cuatro años haga el menos mal posible.
De momento, el futuro gobierno de Navarra estará presidido por el partido socialista y condicionado por nacionalistas del PNV, populistas y filoetarras de HB Bildu. La aspiración de expansión del País Vasco a Navarra en nombre del derecho al "espacio vital" vasco, será el primer peligro real de este engendro: Fernando Múgica lo describe con desgarro en el artículo, Navarra, de nuevo perseguida: "El futuro de los vascos, oscuro e incierto, se extiende como una sombra sobre Navarra. Los que cumplen los tres requisitos de raza, lengua e ideología nacionalista son la nueva aristocracia que cree dominar por derecho natural. Muchos se consideran -y así lo dicen- con derecho a causar dolor a sus víctimas. Resultan medievales, con tendencia a matar siervos y herejes. En su retorno al antiguo régimen, adoran la pureza étnica de la que emanaban sus ideas, y piensan que todos los demás son extranjeros sobre quienes mandar". Ese escenario es nuestro Chernóbil nacional.