En Cataluña hay tres tipos de medios: los públicos al servicio del proceso secesionista, los concertados, es decir aquellos engrasados con suculentas subvenciones y reducidos a meros transmisores de quienes les subvencionan, y los otros, es decir, los que cuestionan el proceso de construcción nacional, considerados como extranjeros por el establishment.
No trata este artículo de hacer un barrido de todos ellos, son de sobra conocidos, sino de su poder de influencia. Mirados desde fuera, un observador exterior podría llegar a la falsa conclusión de que en Cataluña hay pluralidad mediática. Y la hay en su condición puramente formal. ABC, La Razón, El Mundo, en papel; las emisoras de radio RNE, Onda Cero y Cope; el digital Crónica Global y las televisiones públicas y privadas de ámbito nacional. A pesar de su aparente poder, tienen escasa legitimación moral entre la sociedad catalana, o al menos entre la sociedad catalana que monopoliza la vida política y el proceso de secesión. Y no la tienen porque los medios, como los intelectuales y las asociaciones cívicas que han cuestionado el nacionalismo, han sido estigmatizados durante las últimas tres décadas como instrumentos del españolismo. En una palabra, han sido reducidos a meros agentes de España, previamente reducida a la España franquista. Las ventajas de la mentalidad sectaria, acrítica y ensimismada.
Lo relevante del caso es que su propaganda es eficaz, de ahí las escasas tiradas de los periódicos de ámbito nacional. De ella se deriva una doble fortaleza: sus medios tienen influencia social porque han patrimonializado la catalanidad y desde ellos han reducido a sus opositores a la sospecha. Su influencia, así, es irrelevante o muy escasa.
Si la guerra por la hegemonía social hoy se dilucida en los medios, esta evidencia debe ser considerada. Para poco sirve que haya medios si su autoridad social es escasa o nula. No es por tanto solo en los medios, sino en la hegemonía que el poder nacionalista ha logrado imponer sociológicamente. Erosionar esa hegemonía, desenmascarar su falsa naturaleza democrática, mostrar su mentalidad excluyente es tarea imprescindible para que los medios puedan ser eficaces. Un pez que se muerde la cola: se necesitan medios, pero estos han de tener prestigio y credibilidad. Mientras el catalanismo, el nacionalismo y el secesionismo sigan siendo la referencia moral del proceso, casi todos los esfuerzos serán en vano.
Este análisis precipitado, sin embargo, está basado en la Cataluña que se ha vivido hasta 2012. Aquella Cataluña estaba sometida completamente a la dictadura blanca que implantara Pujol en los primeros ochenta, pero la Cataluña que se ha despertado de esa larga siesta hecha de complejos y comodidades políticas a partir del órdago independentista nos ha demostrado en dos años que solo eran fuertes porque campaban a su antojo sin una oposición generalizada. Hoy eso ya no es así. Intelectuales que ayer se mantuvieron al margen, empresarios que prefirieron callar, catalanohablantes que habían confundido la lengua con la nación o profesores que renunciaron a todo por pasar desapercibidos en el paisaje y hoy se atreven hasta hablar en castellano a sus alumnos son signos inequívocos del surgimiento de una nueva hegemonía moral: la constitucionalista. De esos nuevos tiempos ha surgido Sociedad Civil Catalana.
Para los pesimistas, debo decirles que nunca antes en Cataluña hubo tantas posibilidades de ruptura con España, ni nunca antes hubo tantos partidarios de la misma; pero igualmente nunca antes había surgido con tanta evidencia la conciencia de su peligro. La libertad y la democracia se abren camino.