El jueves se dio trámite a los Presupuestos con el apoyo de todo lo que hoy representa en España lo peor de la política: la mentira como valor, el engaño al electorado, la exclusión de la lengua común española como lengua docente y la normalización de todos cuantos tienen como proyecto destruir España. Incluidas sus formas supremacistas, en otro tiempo criminales, y hoy a un paso de ser legalizadas después de ser legitimadas por el propio Gobierno. Recuerden que los herederos de quienes mataron y nunca se arrepintieron siguen sin pedir perdón, pero sí diciendo desde sus escaños que su objetivo es destruir el Estado desde dentro (lo del “Régimen del 78” es un eufemismo).
Esta obscenidad no es nueva, el nacionalismo con y sin terrorismo ha venido sosteniéndolas en el tiempo amparado por la incapacidad de PP y PSOE para ponerse de acuerdo en cuestiones de Estado y aprovechando sus escasos escaños para chantajear a uno y otro, ejerciendo como partidos bisagra.
Para eso nació Cs, para sustituir a los nacionalistas en esa función, y acabar con su tóxica hegemonía moral. Para renovar la política, para hacer pedagogía social, para acabar con la exclusión del español en Cataluña y liberarnos del cáncer nacionalista.
Antes que nada, Cs era una actitud, una pulsión ética, un estado emocional racionalizado para emancipar a una sociedad catalana sugestionada y maltratada por el nacionalismo. Todo cuanto fue y cuanto se propuso durante 20 años antes de ser una realidad estaba diseñado para hacer incompatible la exclusión lingüística con una sociedad libre. Y todo cuanto se propuso con su creación estuvo presidido por un afán emancipador del viscoso mainstream nacionalista, y por la voluntad de generar los antídotos racionales necesarios para que las nuevas generaciones pudieran dirigirse por su propio criterio. La batalla cultural que Inés Arrimadas ha abandonado al incorporarse a su estética y su juego.
Por eso, ni Albert Rivera podrá jamás justificar no haber formado Gobierno con Pedro Sánchez cuando juntos sumaban la mayoría absoluta con 180 escaños, ni Inés Arrimadas legitimar con sus votos a quienes están negando el ser mismo de Cs.
Hasta esta semana que acabamos de dejar atrás, ni siquiera contempló plantarse ante la expulsión del español como lengua vehicular. Sólo cuando temió una rebelión a bordo de alguno de sus pesos pesados y los militantes aceleraron las bajas del partido sacó la bandera de la lengua para justificar su desesperada búsqueda de una nueva brecha electoral tras la espantada de Albert Rivera.
Se lo recordaba Arcadi Espada en El Mundo: “Si Cs no servía para liquidar el habitual chantaje nacionalista, para qué iba a servir”. Y le mostraba la personalidad de su primera impronta: “Vamos a ver cuántas personas hay a las que interesan estas ideas. Obsérvese que se hizo así y no preguntando a ver qué ideas interesan a estas personas”.
Habría que añadir a la sutil diferencia, la determinación de cuantos formaron la Resistencia durante años e impulsaron al Cs que llegó al Parlament. Su osadía fue grande, independientemente de la pregunta; había en ellos una determinación de emancipación, de pedagogía social, nunca de buscar un espacio electoral, sino de crearlo. Pero, claro, ¿cómo puede entender Inés Arrimadas semejante tarea ética y épica, si desconoce, cuando reprocha y corrige a Adriana Lastra, que no son 25 sino 40 los años que se lleva impidiendo a los niños castellanohablantes estudiar en su propia lengua?
Aunque Arcadi no anduvo tampoco acertado con la boutade que largó en Onda Cero contra Inés, “Me ruboriza que hayan elegido esta bobada de la lengua vehicular” como línea naranja, pues frivoliza uno de los mayores instrumentos de exclusión del nacionalismo. La lengua, Arcadi, como la religión, los derechos históricos, el espacio vital, o cualquier signo étnico de distinción para fundamentar una identidad, utilizados por otros nacionalistas a lo largo de la historia, ha servido y está sirviendo a nuestros nacionalistas para legitimar su relato de exclusión. El que les ha permitido expulsar la cultura española de Cataluña, adoctrinar y, por ende, cuestionar las bases legitimadoras de España como nación. Lo que nos ha traído hasta aquí, Arcadi. Nada que tú no sepas.